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La mañana estaba desapacible en el recinto ferial. No llovía, aunque crecían nubarrones detrás del barco vikingo y lo que nos preocupaba era el tiempo. El gran drakkar-balancín reposaba indiferente al cielo oscuro, varado inmóvil sobre el suelo de la atracción pero con las ... luces de colores encendidas para darle un punto festivo a la comparecencia; era la víspera del cohete y anunciaron la noticia entre ráfagas de un aire húmedo y frío que levantaba remolinos de polvo y nos despeinaba a todos.
Ahora que ha terminado San Mateo ya lo puedo dejar escrito: para mí lo peor de estas fiestas no han sido los chaparrones, las polémicas con el cohete, la quema de la cuba o Leticia Sabater; lo peor fue la cancelación de esa medida que permitía montar gratis en las barracas a los niños con discapacidad. Lo explicó el presidente de los feriantes, Pedro José Arnedo: «Había mucha picaresca y hubo feriantes que dieron 115 tickets en una tarde. La gente se quitaba la pegatina, se la ponía a otros, a gente sin discapacidad... El abuso ha sido muy grande». Esto ha vuelto a confirmar que los que se creen más listos que los demás siempre demuestran dos cosas distintas a esa: que son menos inteligentes y mucho más miserables.
En el corazón de cada hombre civilizado dormita un bárbaro, y es sencillo que despierte si la ciudad está de celebración bailando con el pañuelito al cuello entre los autos de choque. Porque, como se escucha en la primera escena de Peter Pan, «todo esto ha pasado ya antes, y volverá a suceder», especialmente en esta triste España de la picaresca en la que el fraude es ya el gran motor de nuestra historia reciente; no hace falta comprobarlo en las hemerotecas, basta con echarle un ojo al periódico de ayer. Pero cuando la epifanía se manifiesta cerca podemos ver en primera fila el paso del mito al logos, el instante en el que la teoría se hace materia.
Y la realidad es que hubo un grupo de personas, muchas personas, que trampearon con la ayuda que se ofrecía este año a los niños con discapacidad; los euros que se ahorraron colándose en el Saltamontes o en el Gran Martillo Speed no fueron un gran botín porque lo que robó esta gente en Las Norias fue la fe de unos trabajadores en la honestidad de los demás.
La noticia llegó y se fue, escampó pronto como una de esas tormentas que estropearon un rato la felicidad de esta ciudad entregada a la alegría. Hubo mucha más polémica con el show de Leticia Sabater y es normal porque esa controversia era menos incómoda. Yo me imagino a Leticia con su gorra y sus abdominales alzada en el escenario frente a toda esa cuadrilla de torpes estafadores de la feria. Veo cómo los mira a través de sus gafas de sol de espejo y les hace la pregunta que plantea Frankenstein al mundo: «Decidme, ¿quién es el monstruo?».
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