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Han regresado estas noches en las que se duerme con las ventanas abiertas para que entre el aire fresco por casa, pase inundándolo todo y vuele fisgón por encima de la cama para acariciar las cabezas y sosegar los pensamientos como si fuera algún gas ... somnífero. Estas noches de las ventanas abiertas son un fenómeno breve y fugaz como la floración de los cerezos o las auroras boreales, nunca se sabe cuándo se va a producir porque dependen de las olas de calor en las que el mundo permanece incandescente después de que se haya puesto el sol. El verano es un tiempo conectado con el pasado y por eso viene siempre con su colección de clichés; para combatir el bochorno repetimos cada año esa estampa de las ventanas, igual que en América abren las bocas de incendios de cualquier calle se ponen a saltar y a chapotear con el agua. En la película 'Haz lo que debas' Spyke Lee recrea ese momento en una escena preciosa que es también una costumbre real a la que cada verano contribuyen bomberos y policías abriendo bocas de incendios en muchas ciudades estadounidenses.
Acabamos de vivir ese momento del año en el que la vida combustiona y se derrite para reactivarse al anochecer con gente echada a los parques y señoras que salen a charlar al banco de abajo o a pasear por el pueblo hasta la medianoche. Lo que pasa es que yo tengo el oído muy fino y todos esos sonidos nocturnos se me cuelan en el dormitorio: una moto que petardea a lo lejos en plena madrugada o el aplauso repentino de un concurso de televisión que explota por otra ventana me abren los ojos de par en par y entonces me despierto preguntándome si acaba de derrumbarse algún edificio del barrio.
De noche y con las ventanas abiertas la ciudad es un territorio distinto, difuso, que se ensancha con sus ruidos y sus ecos y se presenta en las casas agujereando la intimidad y el secreto del domicilio como en los primeros minutos de 'La ventana indiscreta': James Stewart, aburrido, escayolado y sudoroso, se entretiene en plena ola de calor espiando al vecindario: descubre a una pareja que duerme en el balcón, ve a un tipo que toca el piano y contempla a una mujer que baila en ropa interior. Estas noches de verano en la ciudad son igual que en esa escena pero sin imágenes: de repente ladra un perro, alguien friega un plato, pasan los coches con un murmullo de olas del mar porque la ciudad entera se convierte en un gran patio de vecinos. A a mí me gustan mucho estas noches de las ventanas abiertas con su frescor y sus ruidos porque es un remedio más natural y mejor que el aire acondicionado, que me afecta mucho a la garganta y el zumbido blanco que emiten me recuerda a los sonidos mecánicos que hay en los hospitales.
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