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El verano es un momento extraordinario porque ahora es cuando más se manifiesta el espíritu de nuestra época, que es la superficialidad. Por eso en Ibiza, capital estival del mundo despreocupado, acaba de abrir sus puertas un restaurante de lujo suspendido a 50 metros de ... altura. Se llama 'Ibiza in the sky', pero en realidad es un módulo colgado en una grúa. Yo estoy seguro de que será un éxito porque el adulto moderno vive hoy coleccionando aventuras como un héroe de comedia que recorre senderos ridículos para huir del aburrimiento y capturar algo parecido a una emoción; el ser y la nada.
Kierkegard decía que el aburrimiento era el origen de todos los males, y el planeta entero le quiso dar la razón durante el confinamiento porque las familias encerradas se dedicaron a inventar planes disparatados que luego compartían en redes sociales o enviaban por los grupos de Whatsapp. Yo me aburrí bastante a pesar de que no estuve confinado y pude ir a trabajar, pero en cierta forma me gustaba aquella calma inútil y el silencio gelatinoso de las calles vacías. Luego abrieron las puertas del redil universal y así estamos hoy, en una carrera hacia los confines del entretenimiento que agota las entradas de los conciertos con seis meses de antelación y hace que se inauguren restaurantes suspendidos en el vacío.
Yo siempre he sido un gran defensor del ocio gandul y sencillo, del descanso relajado sin necesidad de circos ni exhibiciones y no sé si habrá alguna vez mejores ratos que los de aquellos veranos en los que los cuatro desayunábamos medias lunas de chocolate bajo los pinos del camping. Flotaba esa calma mediterránea, la indiferencia feliz por un futuro que no importaba, y también la sentíamos los amigos cuando comíamos pipas en la gran piedra del parque en esas noches de grillos bajo un cielo electrizante, negro como un imán, a donde marchaban volando nuestros sueños. Como cantaban 'The Birds' en 'Turn! Turn! Turn!', hay un tiempo para tirar piedras y otro tiempo para juntarlas, y sé que ya es imposible volver a sentir aquello, pero en vacaciones yo ando siempre intentando replicar esa clase de momentos, los que Nuccio Ondune definió como «los pliegues de las actividades superfluas» que es donde yo sé que descansa mi versión más feliz.
Pronto veremos fotos en redes sociales de la playa de Bali, el festival indie, el yate o el restaurante en la grúa. Son composiciones maravillosas: pies desnudos en primer plano, una cubitera con champán y el atardecer cortando con su filo naranja el cielo inmenso y el mar. Yo las veo porque son postales encantadoras y muy significativas, pero siempre me recuerdan a las estampas invernales tan bonitas de la película 'El Mago de Oz': lo que parecía nieve era en realidad una especie blanquecina de amianto tóxico.
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