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Hace unas semanas, la Sociedad Deportiva Logroñés decidió cambiar de entrenador y los miembros de su directiva se lo manifestaron al técnico Jordi Fabregat. Un par de días después, su entrevista en el periódico dejó esta reflexión: «Igual que acepté cuando me eligieron para venir, ... ahora que no tienen la confianza necesaria en mí tengo que aceptarlo y facilitar la salida». Es una frase de fútbol, pero el párrafo es para imprimirlo, colocarlo en un marquito y colgarlo en cada despacho de los cargos políticos de España. Porque la rabieta que montó Irene Montero al entregar la cartera de Igualdad a Ana Redondo expresa perfectamente cómo entiende alguna gente el ejercicio de las responsabilidades públicas. No han comprendido nada, no saben que en democracia la política es por definición un compromiso temporal, confunden el cargo con la persona y piensan que el despacho es suyo para siempre porque son seres humanos distintos y extraordinarios, hechos para andar siempre pisando moqueta y saltar de esa blandura a las cápsulas de acero de los coches oficiales. Casta. Se han mimetizado de forma sobresaliente con todo lo que decían combatir hasta acabar convertidos en lo mismo que criticaban desde las acampadas de Sol, y esa metamorfosis siniestra que hemos contemplado en directo a lo largo de estos años ha resultado también una suerte de fracaso colectivo.
Pero hasta en el capítulo final han ofrecido espectáculo y han encarnado el papel dramático de la víctima que tanto les gusta usar. «Hoy nos echan del Gobierno», denunciaba Irene Montero, que atacaba sin el menor disimulo a Pedro Sánchez, al patriarcado y «a los hombres de 40 y 50 años amigos del presidente del Gobierno». Era un espectáculo, sí, pero con el aspecto patético que ofrece un boxeador noqueado lanzando puñetazos a las sombras desde una esquina del ring. Y allí, en ese atril amarillo desde el que leía un papel, a la exministra se le iba poniendo la cara de Cristiano Ronaldo cuando perdió aquella semifinal de la Eurocopa frente a España en los penaltis: Qué inyusticia, qué inyusticia...
Ya se ha detallado mucho el legado terrorífico de Irene Montero y su equipo al frente del Ministerio, ahí está la hemeroteca y sabemos lo que se recordará de ese trabajo con el paso de los años; lo que nos preguntaremos al mirar atrás será por qué no los destituyeron antes. Pero esto es lo que ocurre cuando se entregan responsabilidades tan altas a gente que usa las instituciones para producir ideología y propaganda. Se ha pasado página y yo espero que la nueva ministra ayude a enfrentar este reto de nación que es la igualdad. De lejos oiremos mucho tiempo el lamento de Scarlett O'Hara, pero Sánchez, en su mejor imitación de Clark Gable, sonreirá como en la escena final de 'Lo que el viento se llevó' para decir alejándose: «Francamente querida, eso no me importa».
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