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Hace unas semanas, la Sociedad Deportiva Logroñés decidió cambiar de entrenador y los miembros de su directiva se lo manifestaron al técnico Jordi Fabregat. Un par de días después, su entrevista en el periódico dejó esta reflexión: «Igual que acepté cuando me eligieron para venir, ... ahora que no tienen la confianza necesaria en mí tengo que aceptarlo y facilitar la salida». Es una frase de fútbol, pero el párrafo es para imprimirlo, colocarlo en un marquito y colgarlo en cada despacho de los cargos políticos de España. Porque la rabieta que montó Irene Montero al entregar la cartera de Igualdad a Ana Redondo expresa perfectamente cómo entiende alguna gente el ejercicio de las responsabilidades públicas. No han comprendido nada, no saben que en democracia la política es por definición un compromiso temporal, confunden el cargo con la persona y piensan que el despacho es suyo para siempre porque son seres humanos distintos y extraordinarios, hechos para andar siempre pisando moqueta y saltar de esa blandura a las cápsulas de acero de los coches oficiales. Casta. Se han mimetizado de forma sobresaliente con todo lo que decían combatir hasta acabar convertidos en lo mismo que criticaban desde las acampadas de Sol, y esa metamorfosis siniestra que hemos contemplado en directo a lo largo de estos años ha resultado también una suerte de fracaso colectivo.

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larioja En un marquito