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El Ministerio de Interior subió a su portal de internet una lista provisional con los heridos y ahí aparecía el nombre y el apellido (poco corriente) de la hermana de un amigo indicando que estaba ingresada en el Hospital 12 de Octubre. Los dos estudiaban ... en Madrid, así que envié un SMS frenético y al cabo de unos segundos vibró mi móvil con la respuesta de mi amigo: decía que estaban todos bien y que era una coincidencia. Hablamos un rato más por mensajes compartiendo esa sensación de irrealidad imposible de entender y cuando nos despedimos volví a mirar el ordenador de la redacción donde seguía impasible aquella lista, cientos de nombres y de apellidos escritos en mayúscula en una tipografía aséptica como de máquina de escribir. Esa columna que se desplegaba hacia abajo hundiéndose hacia un fondo que parecía no llegar nunca es uno de los recuerdos más nítidos que tengo de aquel 11 de marzo de 2004. No sé si hoy se podrían publicar así los nombres de los muertos y de los heridos para que estuvieran a disposición de todo el mundo (4 millones de personas accedieron a esa lista del Ministerio durante los días posteriores), pero han pasado 20 años y aquella ingenuidad en la difusión de datos tan personales es también una señal de lo que ha cambiando el mundo, que es lo que hemos cambiado nosotros.
El pasado y el futuro son dos extraños, sólo disponemos del presente y cuando queremos entenderlo se esfuma, y para hacer memoria de aquel día, para abrir la cicatriz que dejaron esas bombas en el alma colectiva de un país hay que hablar con los que saben. Fernando Reinares acaba de publicar un nuevo libro titulado 'Pudo evitarse'. Fernando es con toda seguridad el mayor experto mundial en el 11-M y me explicaba esta semana cómo la descoordinación entre las fuerzas de seguridad y una insólita sucesión de errores impidieron detectar a tiempo los planes de los terroristas. Pero dejó otra reflexión muy singular sobre los atentados de Madrid: la extraordinaria intensidad con la que se desató una polarización política mantenida a lo largo de los años.
Igual que el siglo XX terminó en 1989 con la caída del Muro de Berlín, el 11 de marzo de 2004 se acabó en España la década de los 90 que fue la del crecimiento y el optimismo. Éramos felices y no lo sabíamos, despertamos del sueño de forma dramática con esa demostración de la capacidad del hombre para producir dolor y hoy en algunos aspectos somos un país peor que el de hace 20 años. De esos días recuerdo la lista interminable de nombres en la pantalla y la frase lúgubre de Rubalcaba, una frase que resuena desde el pasado y que en la España de 2024 está más vigente que nunca: «Los ciudadanos españoles se merecen un Gobierno que no les mienta».
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