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El jueves en el tercer concierto del Palacio de los Deportes nevó una especie de confeti, y esos copos del Actual han sido los únicos que han caído esta Navidad en Logroño junto con la espuma que dispara La Casita de la Travesía del Laurel, ... una nieve artificial que hace las delicias de los chavales y que es como la de la película 'Atrapado en el tiempo', en la que tuvieron que inundar campos y carreteras con litros de espuma blanca para crear la gran tormenta de nieve que deja a los protagonistas retenidos en un pueblo de Pensilvania. El director Harold Ramis ha contado muchas veces que un par de días después nevó de verdad intensamente y todo el paisaje, las calles y los tejados quedaron blancos de manera natural.
Es un cliché repetido, pero es cierto que la nieve suele ser un personaje más en las producciones de ficción y por eso cuando no aparece hay que inventársela; en Juego de Tronos la hicieron mezclando agua con kilos de yeso y papel y lograron dar a todas las escenas del Norte un realismo espeso, profundo y frío. Fue un ejercicio de artesanía frente a la tiranía del efecto digital, porque ahora hasta en las series de Netflix se ve nieve falsa hecha por ordenador y cuando los protagonistas pasean bajo esos copos de mentira hablan exhalando un vaho digital que es imposible de aguantar.
Esta Navidad el San Lorenzo ha permanecido seco, reflejando la luz enjuta de enero sobre el edredón de niebla del valle y mostrando al mundo su cima parda y sus piedras. Ahora ha caído algo de nieve, pero yo he aprendido a sujetar las ilusiones cada vez que Aemet avisa de que vienen unos copos, que luego se queda uno como el pobre niño al que le desaparece el algodón de azúcar debajo de un chaparrón. Solo ha nevado en las bolitas de cristal que encapsulan esos pequeños belenes, y los paisajes más blancos han sido los que ha enseñado Eurosport en los saltos de esquí de Año Nuevo. Qué deporte más loco, qué hipnótico es, cómo volaba Lanisek sobre el tapiz de los Alpes.
Cada generación repite que antes nevaba más y, aparte de la realidad física del fenómeno, ocurre que la nieve es un concepto, una idea que casi siempre remite a la infancia y la familia, la verdadera patria del hombre. Por eso yo recuerdo esa alegría cristalina cuando al llegar al colegio descubríamos charcos helados en el patio. Entonces apurábamos la entrada a clase hasta el último minuto porque lo que había que hacer era correr y deslizarse por el hielo, empujarse y patinar. Pero ningún acontecimiento se podía comparar con el que se producía al levantar la persiana para ir a clase y descubrir las calles nevadas. Después del deslumbramiento nos lanzábamos a pisar el mundo, que de golpe era crujiente, distinto. De camino a clase empujábamos los árboles para que nos cayesen encima planchas blancas y esponjosas, y así íbamos hacia el colegio, encarnando esa frase magistral de 'El Guardián entre el Centeno': «con copos de nieve en las pestañas».
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