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Han subido cinco céntimos el precio del café en la máquina de la redacción y no sé si es porque le han añadido a la ... leche gotitas de LSD. La realidad española suele ofrecer pinceladas de surrealismo, pero estos días todo es más psicodélico, más disparatado que de costumbre, y la actualidad del país despliega hoy tantos desvaríos que no sabe uno a dónde mirar. Pero España es una chistera de la que no dejan de salir conejos, y ahí ha aparecido estos días Pablo Iglesias, el olvidado Profeta Coleta de la Revolución Morada y exvicepresidente del Gobierno, que ahora extiende su mano para recaudar dinero porque tiene que hacer obras en el bar. También sale Pedro Sánchez, cuyo periplo por Asia ha producido estampas imborrables como ese momento bajo la lluvia para ir a dejar flores en el mausoleo de Ho Chi Minh. No fue diplomacia, fue Estética de Estado, algo que Sánchez ejecuta bien porque en el fondo siempre se mueve como si estuviera realizándose un selfie mental.
Estamos desbordados, en ese momento dulce que no es ni delirio ni desmayo pero que se le parece mucho, como cuando uno va al Museo del Prado y se planta frente al tríptico de 'El Jardín de las Delicias'. Ahí, rendido el espectador ante la intensidad estética del cuadro, los ojos van saltando alucinados desde el puercoespín que flota dentro de una flor-burbuja hasta las figuras desnudas que se meten en la cáscara de un huevo enorme. España, primavera de 2025.
De todo este catálogo lisérgico de titulares, creo que el que más me gusta es el del rey emérito lanzando demandas al mundo desde su refugio emiratí. Me gusta porque la imagen tiene un aire shakesperiano mezclado con libreto de zarzuela: Juan Carlos, el viejo Borbón Errante, regresa virtualmente hasta su reino no para reclamar la corona, sino para librar una curiosa batalla de honor. Peleado con su antiguo amigo Revilla –el mediático político de las rústicas verdades– y rotos todos los lazos de la pasión con Su Alteza Serenísima Corinna, Juan Carlos se rebela contra el mundo como un Quijote con abogados y rifle frente a elefantes imaginarios. El emérito, en estos párrafos finales de su crónica vital, aparece perfilado aquí también como un personaje de García Márquez: víctima de un amor crepuscular que ha terminado en traición, soledad y desencanto.
Chesterton defendió en un precioso ensayo que la locura afectaba más a las mentes analíticas que a las imaginativas: «Lo que conduce a la locura es la razón. Los poetas no se vuelven locos; los jugadores de ajedrez sí, y los contables», así que por una cuestión de salud va a ser mejor observar este momento de España desde el plano del humor. El nuevo y cacareado tren de Madrid hasta La Rioja que se estrenó el jueves llegó a la estación de Logroño con una hora de retraso.
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