E stuvo divertidísimo lo de Broncano y Pedroche, fue todo un gran festival de ocurrencias y de humor, unos programas magníficos, repletos de talento, inteligencia y elegancia. No se ha viso cosa igual, «épico», «reina», «haciendo historia», tecleaba el personal por las redes con las ... uvas en la boca. Después vino lo mejor, el fulgor de las polémicas, fuegos artificiales para comenzar el año con España envuelta en estas discusiones. Rodrigo Cortés define en su Verbolario las polémicas como «el arte de convertir lo inocuo en afrenta». Da en el clavo.
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Hemos pasado unos días muy entretenidos con estas controversias sobre las ofensas a los sentimientos religiosos y el vestido confeccionado con leche materna. Mientras parte del país se lanzaba a pelearse en esa piscina de bolas 2025 empezaba con un incremento del IVA de los alimentos básicos y de la electricidad, la nueva tasa de basuras obligada por Europa, el aumento del impuesto de la renta al no deflactarse el IRPF o la subida de las cotizaciones sociales a través del Mecanismo de Equidad Intergeneracional. Yo sé que hay que pagar impuestos porque el dinero del ciudadano es lo que mantiene en marcha la gran ópera de la civilización, y todo el mundo comprende que el contrato social incluye esta condición: la seguridad y el orden hay que pagarlos. Lo que ocurre es que estamos en un deterioro permanente, en un hundimiento lento de nuestro estado del bienestar que contemplamos mientras hacemos fila para cumplir y pagar en la ventanilla a la que nos acercamos arrastrando los pies con el silencio de los corderos; el cubo tiene cada vez más agujeros pero nos dicen que echemos más agua. ¿A dónde se va el dinero? Este declive lo ve usted igual que yo, pero aquí no hay agitación porque es mejor enredarse en tonterías chisposas y enajenantes como las rivalidades deportivas, la Toma de Granada, la guerra entre Motos y Broncano o el 50 aniversario de la muerte de Franco; hay que preparase para un año entero de matraca. Es una leyenda, un mito, pero no pasa de moda: los turcos asediaban Constantinopla mientras los sabios de la ciudad debatían muy apasionadamente sobre el sexo de los ángeles.
Una sociedad sana es una sociedad que mantiene viva su capacidad para exigir, pero hoy la conciencia social está dormida, los líderes sindicales van a Waterloo a merendar con Puigdemont, el gobierno sale a manifestarse contra sí mismo por la crisis de la vivienda mientras el personal se enreda en polémicas absurdas de barra de bar. De vez en cuando yo también me entrego por aquí a esas trivialidades muy encarnizadamente, que no todo va a ser asomarnos al abismo, pero hace mucho tiempo que ya soy como ese toro que en el último tercio ha descubierto el engaño y por eso hoy no entro a la muleta que se agita preciosa roja, brillante, el vestido de Pedroche, la estampita de Lalachus. No, hombre, no.
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