Los dos hombres hablaban del asunto como casi todos los que estos días andan de paseo por el Ebro: «Vamos ahí donde la Policía, que han dicho que te dejan unos bastones para mirar por las orillas... Vamos a ver si lo encontramos». La escena ... me la contó hace días Javier Campos en uno de esos ratos en los que los compañeros actualizamos la información y tratamos de contrastar datos entre la maraña de murmuraciones que entorpecen el trabajo de las autoridades. Yo no sé si ha habido alguien repartiendo material para apartar maleza de las riberas durante las búsquedas, así que igual esos hombres manejaban un rumor, otro de esos chismes que dan vueltas alrededor de esta clase de sucesos como gaviotas graznando sobre un pesquero; pasa una y otra vez porque el ser humano es así y la incertidumbre siempre resulta un terreno fértil para que germinen en él las ideas más disparatadas, pero lo cierto es que esos dos hombres tenían ganas de ayudar.

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Lo malo de la ausencia es que es una presencia espectral y desgarradora, y yo he pensado mucho en ese impulso que hace que ciudadanos de distintas localidades salgan a formar batidas para tratar de encontrar a un chico desaparecido. «Estamos a su disposición cien por cien para colaborar», han dicho los responsables del bar La Mina. Ellos, igual que otras empresas, asociaciones y cientos de voluntarios anónimos han vuelto a certificar que lo que uno puede hacer por alguien a quien nunca ha conocido puede ser extraordinario. Jean Valjean dice en 'Los Miserables' que la primera justicia es la conciencia, pero yo creo que la solidaridad que se desata en situaciones así está más allá de toda reflexión porque es una especie de rebelión primigenia frente a lo intolerable; esta es la reacción ante la pesadilla que comparten millones de padres y de madres cuando sus hijos salen de fiesta el fin de semana.

Los vecinos de Valencia donaron cuatro toneladas de ropa y de alimentos para los afectados por el incendio de El Campanar en menos de una semana; otra rebelión contra la pesadilla y, ahora que hemos vuelto al 11M, ha regresado también el recuerdo de esos taxistas haciendo carreras gratis sin descanso, los conductores de autobús convirtiéndolas en ambulancias improvisadas hasta la madrugada, aquellas filas frente a los hospitales para donar sangre o esos hombres y mujeres que cruzaron Madrid de punta a punta para llevar sábanas y mantas a los heridos que yacían en las vías. Es imposible frenar esa clase de arrebato y asistimos al fenómeno formando parte común de ese mismo sentimiento, el que hace que dos hombres sin hogar, dos sin techo habituales del Casco Antiguo de Logroño hablen de ir donde la policía a recoger unos palos para ponerse a ayudar y buscar por las orillas.

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