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Ha pasado una semana pero la Guardia Civil no ha encontrado ultras entre las personas detenidas ni en las investigadas por los altercados de Paiporta. Tampoco los ve de momento el Ministro del Interior, quien espera a que finalicen las pesquisas y haya un atestado ... serio para poder pronunciarse. Esto es extraño, rarísimo, igual los agentes y Marlaska están indagando mal porque el Presidente del Gobierno aseguró que detrás de las protestas había «grupos ultras perfectamente organizados». Es lo mismo que dijeron desde el PSOE, cuya ejecutiva federal se reunió una mañana, miró a Carlos Sobera y pidió el comodín de la ultraderecha para marcar de inmediato a esa multitud de peligrosos agitadores con un hierro candente en el que ponía «FASCISTAS».
Se ha utilizado tanto, se agita ese viejo monstruo tan a menudo que 'ultra' es ya lo que en semiótica se conoce como un significante flotante, una expresión vacía de contenido pero abierta a muchas lecturas y capaz de generar ciertas emociones en un gran número de personas, por eso es una herramienta muy útil para usarla en estrategias populistas. Pero se ha abusado mucho y no se puede andar todo el día con esa cantinela de predicador que ha perdido la cabeza. Puede que allí hubiera algunos ultras (hay quienes lo han admitido), pero también protestaban ciudadanos apolíticos, votantes de la izquierda y la derecha, madres y padres, jóvenes y ancianos desde las ventanas. Esa era la gran mayoría y eso es lo que vimos todos, porque lo que sucedió en Valencia es lo que describió Pérez Galdós en el episodio nacional 'Vergara': «Cuando la realeza falla, cuando la milicia es impotente, inepto el cleriguicio, incapaz la aristocracia, veamos, hombre, veamos si aparece algo grande y fuerte en medio del surco abierto en la tierra, allí por donde anda la reja del arado».
Han sido las familias sin consuelo enterrando a sus padres y a sus hijos, ha sido el pueblo desesperado, el país entero conmovido el que gritaba en Paiporta y es infame intentar timar al personal meneando el espantajo de los fachas. El debate público está totalmente degradado, pero es que estas torpezas acaban por tener consecuencias peligrosas; cuando se insulta al ciudadano, cuando se le llama fascista, ultra, salvaje y desinformado para evitar enfrentarse a sus legítimas quejas pasa lo que acaba de ocurrir en los Estados Unidos. Lo advertía antes de las elecciones Van Jones, un escritor y analista político que fue asesor de Barack Obama: «Si los progresistas tienen a unos políticos que dicen que todos los blancos son racistas, que todos los hombres son tóxicos y que todos los ricos son malvados, después va a resultar muy difícil tener a esa gente de tu lado». Alguien en España debería tomar nota.
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