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Lorca escribió que el otoño vendría con caracolas, pero al colocarnos de nuevo en la oreja esa concha imaginaria no oímos el rumor del mar sino el viejo mensaje de los burócratas: «Es para ahorrar energía». Así que otra vez hemos cambiado la hora con ... esa excusa aburrida de moqueta de despacho. Cada vez que hay un cambio de hora aumentan los accidentes de tráfico y se incrementan los infartos. Hay estudios muy serios de organismos estadounidenses que constatan este drama. Además disminuye el rendimiento laboral y empeora la concentración; es curiosa la obsesión de nuestra especie por complicarnos la vida cada vez que intentamos mejorarla.
Esta noche hemos atrasado los relojes con la sumisión ovina del que hace lo que le mandan. Manejamos el tiempo, creemos que lo dominamos y jugamos con él como niños con un trozo de plastilina, pero el tiempo es un abismo que alberga a la vez todo lo que hemos sido y lo que vamos a ser. Aún así movemos la manecilla hacia atrás y configuramos el reloj del microondas para que todo encaje con el orden que aceptamos en manada, como si esos gestos diminutos pudieran frenar el curso implacable del universo. La hora es una convención social y por eso los gorriones de la calle no saben que hoy a las 3 han sido otra vez las 2. Tampoco lo saben los miles de perros y gatos que viven entre nosotros, esas felices mascotas, criaturas privilegiadas que hoy se han despertado otra vez movidos por el empujón del hambre, la vejiga, el aburrimiento o la caricia del sol. Así han amanecido siempre las mujeres y los hombres más libres del mundo y a esos despertares soberanos es a lo que hay que aspirar. Ahora el reloj del móvil y del ordenador se cambian solos, acabará sucediendo con todos los dispositivos electrónicos y ese automatismo le va a quitar artesanía y reflexión al momento. Yo tengo un amigo que nunca cambia la hora del coche y no sé si ahora le toca estar seis meses fuera de tiempo o en sincronía con los demás, se lo tengo que preguntar. Pero sentimos en el cuerpo esa hora milagrosa que ha surgido hoy de la nada, porque ha sido un rato extra de descanso entre las sábanas o sesenta minutos más de truhanería nocturna. Hemos retrasado el reloj para adelantar un poco la luz de las mañanas y esto tiene su contrapartida: el espectáculo hipnótico de los días declinantes. No se acostumbra uno a esto por mucho que se repita cada otoño. Entramos en la temporada sombría de noches adelantadas, los estorninos se adueñan de los cielos de La Rioja en estas tardes que nacen y mueren en un suspiro y que no dan tiempo a nada.
Esto es muy mala noticia porque la tarde ha sido siempre el territorio de la alegría y por eso ahora comienza el peor momento para los que tenemos espíritu mediterráneo y nos gusta la luz y la vida.
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