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Yo estaba sentado al fondo de la sala tomando notas. Era la rueda de prensa posterior al Consejo de Gobierno de esta semana cuando de repente se desató un frenesí de preguntas sobre mascarillas, incidencia, ocupación hospitalaria y curva de contagios. Al oír ese súbito ... interrogatorio me sentí como en la escena final de 'Tenet', la película de Christopher Nolan en la que el tiempo va a la vez hacia atrás y hacia adelante y el pasado se pliega sobre el presente en una espiral en la que lo que se recuerda es justo lo que va a suceder.
La comparecencia avanzaba convertida ya del todo en un bucle temporal, un agujero de gusano por el que se filtraba la luz de otros días mientras resonaba el eco de esas palabras (vacuna, epidemia, virus...) y volví con ellas de la mano a aquellas ruedas de prensa de 2020. El regreso de las mascarillas a los centros sanitarios ha hecho que sea imposible sujetar ese recuerdo, pero la pandemia fue algo tan extraordinario que yo miro en retrospectiva esas escenas mezcladas, los muertos, los comercios cerrados, las ambulancias, el gel hidroalcohólico o los aplausos a las ocho, y es como si estuvieran reflejadas en los espejos de las casas de la risa en los que todo está distorsionado, deformado, raro. Ahora tengo suavizados los detalles, que han perdido un poco el filo y ya no hacen tanto daño, pero en realidad esto es lo que ocurre siempre porque la memoria es traicionera y los hombres invocamos los recuerdos igual que los magos sacan palomas y conejos: de la nada.
No sé qué aprendimos de aquello, cada uno cosas distintas, supongo; hay gente que ahora sabe hacer pan y bizcochos y eso ya es algo que podrán contar un día. Pero cuatro años después la sanidad pública sigue pareciendo un barco en el que no hay suficientes brazos para ir achicando el agua. Se ha perdido una oportunidad perfecta para abordar el problema de la falta de profesionales sanitarios, un asunto de nación al que ningún gobernante parece querer enfrentarse. Por eso hemos vuelto a tener las Urgencias saturadas a las que llegaban pacientes como bolitas de pélet a las costas de Galicia. Entre reproches políticos con intereses cruzados las playas se van llenando de trozos de plástico y las Urgencias, de enfermos.
Lo pensaba al terminar la rueda de prensa, de la que salimos todos con el recuerdo de la pandemia ardiendo detrás de los ojos. Después vi el Consejo Interterritorial de Salud. Sentado en la larga mesa del Ministerio destacaba una persona, la única que miraba sus papeles con una mascarilla en la cara. Era Fernando Simón. El tiempo doblado sobre sí mismo, otro agujero de gusano.
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