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Al ministro Urtasun le traicionó un micrófono abierto al explicarle a un diputado de Esquerra la negativa de Junts a aprobar el techo de gasto. Fue una de esas conversaciones que en el fondo se tienen con uno mismo, daba igual quién estuviera enfrente porque ... lo que quería el ministro era disponer de alguien que le sirviera de espejo igual que el niño quiere tener una pared en la que rebote el balón. Cuando por fin lo encontró, Urtasun pudo decir en voz alta lo que tenía bailoteando por la cabeza: «Nos hemos quedado de piedra... En el Consejo de Ministros nos han dicho que estaba atado y después resulta que no. Es una hostia para el Gobierno». Durante un segundo el ministro se llegó a cubrir la boca con la mano como hacen ahora los futbolistas en el campo. Era consciente de la dimensión de su confidencia y se dio cuenta de que alrededor había prensa, pero no reparó en un micrófono solitario y por primera vez en muchos meses España pudo escuchar a un miembro del Consejo de Ministros hablar con sinceridad.
La pillada microfónica ha sido una anécdota dentro de este verano candente en asuntos de política, una idiotez, pero –como le dice Iván a Alexei en 'Los hermanos Karamazov'– las tonterías son indispensables en el mundo, que está fundado sobre ellas. Lo importante no es el contenido; Urtasun no nos ha descubierto nada nuevo porque, aunque se enreden en sus arabescos y en sus volutas de argumentario, todo el mundo se da cuenta de la precariedad insostenible de la legislatura. Lo bonito fue presenciar el milagro de la verdad, contemplar la aparición, la epifanía del micro abierto a través de la cual se manifiesta el mundo tal y como es en realidad. Yo soy cuidadoso con los micros y las cámaras porque me acuerdo del «manda huevos» de Trillo, de Zapatero confesando que «nos conviene que haya tensión» o de Matías Prats berreando enloquecido «¡Pero esto qué es! ¡Pero esto qué es!». Esto es la vida, Matías, y le puede pasar a cualquiera como comprobó Rajoy cuando le cazaron esta maravilla insuperable: «Mañana tengo el coñazo del desfile... En fin... Un plan apasionante».
Lo de ahora del ministro es un titular ligero, un chascarrillo, pero escuece como el arañazo de una esquirla porque nos recuerda que en política la sinceridad es una virtud en desuso; imperan las apariencias, la construcción del relato, y hemos naturalizado dócilmente esta convivencia con los dos planos del discurso: el oficial que suena por todos los altavoces y el real, que algunas veces se cuela desde micrófonos indiscretos y grabaciones inesperadas como el agua fría del mar se filtra por las grietas de un barco destartalado. Los micrófonos abiertos los carga el diablo y ocurre con ellos lo mismo que con los niños y los borrachos: siempre dicen la verdad.
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