A finales de noviembre de 2023, un diario de tirada nacional publicó una entrevista con Oleg Orlov, un veterano activista en favor de los derechos ... humanos, bien fuera en la URSS, bien ahora en Rusia. En ella, Orlov afirmaba resueltamente que Putin «ha perdido». Si bien en aquellos momentos parecía una sentencia un tanto arriesgada, en la actualidad, tras la toma de Avdiivka por las huestes putinianas y tras el asesinato de Navalni, habría que plantearse si la misma no habría que formularla entre unos cautos signos de interrogación.
Sin embargo, Orlov tenía razón, pues, a pesar de las bravatas del dictador ruso, este no ha conseguido alcanzar los objetivos máximos de su segunda invasión de Ucrania, que empezó hace justo dos años. Como se recordará y ha vuelto a manifestar recientemente, Putin, asesorado 'históricamente' por Iván el Terrible, Pedro el Grande y Catalina la Grande, zares de los siglos XVI-XVIII, pretendía «desmilitarizar» y «desnazificar» Ucrania.
¿En qué iban a consistir ambas? La primera en convertir a Ucrania en un territorio inerme a la voluntad de un Putin al que también cabría calificar de «el Grande», aunque con ciertas dosis de ironía. Y la segunda en llevar a cabo un auténtico cambio de régimen (o para algunos un genocidio cultural) en Kiev. Nótese que, visto en términos históricos, este último es la primera misión de cambio de régimen abierto ejecutada por «Moscú» desde la primavera de Praga de 1968, en tiempos eso sí de la fenecida URSS. Desde otro ángulo, la sedicente «operación militar especial» ha sido la mayor intervención militar de los soviéticos/rusos desde 1945 en términos de costes humanos.
Justamente, llama poderosamente la atención el historicismo de un Putin el Grande que también busca parangonarse con otro criminal, Stalin, en la victoria de este en la Gran Guerra Patriótica, es decir, durante el conflicto entre la Alemania nazi y la URSS entre 1941-1945. Sin embargo, al desmemoriado dictador se le olvida recordar la fase en la cual Hitler y Stalin fueron aliados, es decir, entre 1939 y 1941, lo que le permitió a este participar en la desmembración de Polonia, sojuzgar a los Estados bálticos, anexionarse Besarabia (hoy Moldavia) e iniciar una desatentada guerra contra Finlandia.
El gran Putin también «ha perdido» desde otros puntos de vista: su objetivo último de crear (o recrear) un neoimperio ruso-soviético se ha hecho añicos y, es más, los hipotéticos integrantes de ese neoimperio (las antiguas repúblicas soviéticas de Asia central, en particular) lo ven con gran aprensión tras la invasión de Ucrania, si exceptuamos un Estado convenientemente «desmilitarizado» y «desnazificado» como es Bielorrusia, un auténtico país títere. Es justamente en Asia central donde se está extendiendo la influencia de China y su política de win-win en relación con la nueva guerra de Ucrania o de la ambigua Turquía, que también amplía su esfera de influencia hacia el sur del Cáucaso.
El «mundo ruso», tan caro a la propaganda putiniana, se ha quedado limitado a Rusia-Bielorrusia y poco más. Sin embargo, recuérdese que la Rusia actual es de facto un imperio y que en torno al 20% de sus habitantes no son rusos étnicos. El riesgo, nunca concretado en estos dos años, de que se desmorone dicho imperio, como lo hizo la URSS en 1991, es un escenario a seguir considerando en el futuro próximo.
Como se ha visto a lo largo de su reinado, la «operación militar especial» también tenía un componente interno, pues tras ella ha emergido un nuevo Putin mucho más criminal que el anterior a la segunda invasión de Ucrania. Indudablemente su régimen es mucho más fascista que antes de 2022 y mucho más totalitario. Un sistema político que, acudiendo una vez más a las palabras de Orlov, es «mitad feudal, mitad capitalismo de Estado corrupto», como también lo han caracterizado otros autores.
Además de la conquista de Avdiivka, que, no nos engañemos, no es el Stalingrado de 1942-1943 y del asesinato de Navalni (¿una muestra en el fondo de la debilidad del «chequista»?), hay otros nubarrones que se ciernen sobre la tesis del «ha perdido». Tal vez el más negro es la división interna en los Estados Unidos entre unos republicanos cada vez más fascistizados y los demócratas y, asociado a ello, la hipotética victoria en las elecciones generales de noviembre de este año del fascista americano, Trump. Como es bien sabido, es sumamente difícil profetizar qué va a pasar en el futuro (también en el pasado, aunque suene paradójico); sin embargo, habría que recordar que Trump, el supuesto amigo de Putin el Grande, cuando era presidente de los EE UU se retiró del tratado de eliminación de armas nucleares de alcance medio de 1987, firmado por Gorbachov y Reagan, lo que indudablemente no debió ser del agrado del «kagebista» ruso. Los dos son sendos fascistas del siglo XXI, pero ambos no tienen los mismos intereses.
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