Como escribía hace justamente un año en este mismo medio, «hay otros nubarrones que se ciernen sobre la tesis del 'ha perdido' [en referencia a ... Putin]. Tal vez el más negro es [...] la hipotética victoria en las elecciones generales de noviembre de este año del fascista americano, Trump». Desgraciadamente para los demócratas, esa hipótesis se ha convertido en una realidad.
Desde entonces, es decir, desde noviembre de 2023 y sobre todo tras la toma de posesión del presidente delincuente, el debate sobre la actual guerra de Ucrania ha pasado a girar casi exclusivamente en torno a un alto el fuego, primero, y a unas negociaciones de paz, en segundo lugar. En el momento en el que escribo estas líneas, todavía no se ha producido el cese de las hostilidades y por supuesto todavía no ha tenido lugar el siguiente paso. Sin embargo, las cambiantes noticias que se suceden día a día no pueden ser peores.
Trump y su contradictoria administración han legitimado la segunda invasión de Ucrania por parte de Putin al reunirse una delegación estadounidense con otra rusa, encabezada por un criminal de guerra como es el ministro de Asuntos Exteriores, Lavrov. Además, de momento Ucrania no ha sido invitada a dichas negociaciones –como la Checoslovaquia de 1938 en los acuerdos de Múnich entre Hitler y Chamberlain, entre otros mandatarios– y tampoco lo ha sido la Unión Europea. Y, por si fuera poco, en una típica inversión de la realidad propia de los fascismos, sean estos clásicos o «neos», americanos o rusos, Trump acaba de responsabilizar a Ucrania de ser invadida y, no contento con eso, ha deslegitimado a Zelenski a nivel interno, él que impulsó un golpe de Estado en enero de 2021 en los mismísimos EE UU. Es evidente que para Trump la verdad y la mentira valen lo mismo, tal y como le enseñó su mentor Roy Cohn, mano derecha del senador McCarthy durante la «caza de brujas».
Las políticas exterior y de seguridad y defensa son unas políticas de Estado, por lo que es de esperar que al menos los líderes de los grandes partidos se comporten como estadistas
Pero, no lo solo esto, con su nueva política Trump ha renunciado a ganar a Rusia, a pesar del enorme desequilibrio económico existente entre un Occidente expandido hasta Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda, por una parte, y el país euroasiático, por otra. En este sentido, se calcula que la riqueza de ese gran Occidente es de 63 billones de dólares frente a tan sólo de 1,9 de Rusia, una especie de Corea del Sur con armas nucleares, eso sí, y que, producto de su debilidad, ha estado amenazando constantemente con su uso a lo largo de estos tres años.
Peor aún, algunos escenarios que se contemplaban durante el periodo iniciado el 24 de febrero de 2022 se han cegado, como, por ejemplo, la caída de Putin y el colapso del putinismo, aunque sigue siendo improbable que este sobreviva a Putin cuando le advenga el «hecho biológico»; el fin del imperio ruso actual, compuesto por un 20% de población que no es étnicamente rusa; o el triunfo de la democracia en Rusia y el resto de la antigua Unión Soviética (por ejemplo, Bielorrusia), que lógicamente se alejará todavía más en el tiempo.
Otras ideas que parecían sólidamente ancladas en estos años hasta que se produjo la victoria electoral del presidente loco (bien en términos politológicos o clínicos), como, por ejemplo, el fortalecimiento de la idea de Occidente y la consolidación de un Occidente expandido, ya citado, también están cuarteándose tras las ridículas fantasías del dictador electo sobre Canadá y su incorporación a los EE UU y la compra de Groenlandia a Dinamarca (un país de la UE, no nos olvidemos), entre otras charlotadas, más propias de 'El Gran Dictador' que de una democracia de calidad (ya puestos, ¿por qué no renombrar el golfo de México como de Trump, en vez de América?). Lo mismo cabría decir del reverdecimiento de los EE UU como «potencia europea», tentado como está otra vez en su historia reciente por una vuelta al aislacionismo. ¿Y qué decir del fortalecimiento de la OTAN, tras la entrada de Suecia y Finlandia? Otra vez más y por mor de la actitud de Trump, la OTAN vuelve a estar en riesgo de «muerte cerebral», como denunciara Macron en 2019. Y, en última instancia, recuérdese que el objetivo oculto de la segunda invasión de Ucrania por parte de Putin era ni más ni menos que la UE y la democracia. ¿Sobrevivirá la Unión y nuestro sistema político a los caballos de Troya representados por Hungría, Eslovaquia, Italia, etc. y las organizaciones de extrema derecha de otros países europeos, entre ellos España?, cabe preguntarse.
Hablando de nuestro país, la idea de Vox de utilizar a las Fuerzas Armadas en la lucha contra la inmigración ilegal (un cabeza de turco tan bueno como en su momento lo fue el judaísmo internacional) es simplemente de bombero torero. Y en el otro extremo del espectro partidista volvemos a oír el canto de sirena de los pacifistas que objetivamente vuelven a posicionarse como aliados del agresor (Putin, claro). Una vez más habría que recordar que las políticas exterior y de seguridad y defensa son unas políticas de Estado, por lo que es de esperar que al menos los líderes de las dos grandes formaciones políticas se comporten como estadistas.
Antes de morir, Navalni, de cuyo fallecimiento se ha cumplido un año, recomendó a sus seguidores: «No os rindáis». Pues, bien, de momento da la impresión de que Trump se ha rendido a Putin y de que el camino hacia una «mala paz» parece inevitable. Como ocurrió entre 1919 y 1939, sabiendo que las comparaciones históricas son más que odiosas, a los llamados acuerdos de paz les sucederán una larga crisis de posguerra y, tal vez, otro conflicto en un futuro todavía difícil de prever en su escala temporal.
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