El María Moliner. Un artículo determinado masculino junto a un nombre propio de mujer. No es un error. El María Moliner es, en realidad, el ' ... Diccionario de uso del español de María Moliner. Sus dos gruesos tomos siguen detrás de mi mesa, en la estantería más cercana, con sus franjas blancas y negras a la altura de la mano. Apenas los consulto, es cierto. Es mucho más rápido y cómodo mirar el diccionario de la RAE en el ordenador o en el teléfono móvil. Pero el María Moliner no se va a mover de donde está. Es como tener las espaldas cubiertas, a salvo del olvido.
María nació el 30 de marzo de 1900 en Paniza (Zaragoza) pero se podría decir que lo hizo de verdad años después en Madrid, en las aulas de la Institución Libre de Enseñanza, bajo la sombra benéfica, laica y liberal de Giner de los Ríos y de Cossío. Nunca lo tuvo fácil. Sufrió el abandono de su padre y el agobio de la economía doméstica. Aun así, sacó la licenciatura de Historia en Zaragoza y en 1922 se convirtió en la mujer más joven que aprobó las oposiciones del cuerpo de archiveros y bibliotecarios.
Trabajó en distintos archivos de Simancas, Murcia y Valencia. Pero su pasión por la educación y la lectura no encontró cauce hasta la llegada de la Segunda República. María participó en el programa de las Misiones Pedagógicas, fue inspectora de bibliotecas rurales y creó un modelo que denominó Biblioteca Escuela. Su objetivo, como escribió en 1937, era el «mejoramiento espiritual de la gente» a través de «esas ventanas maravillosas que son los libros». Durante la Guerra Civil fue directora de la Biblioteca de la Universidad de Valencia y de la Oficina de Adquisición de Libros y Cambio Internacional. Todo se lo llevó el final de la contienda.
Su determinación le permitió superar todas las dificultades materiales sacrificando horas de sueño, vida social y espacio doméstico
Después de la victoria franquista los docentes y los libros fueron considerados prisioneros de guerra. Esta frase aparece en 'Hasta que empieza a brillar', la novela que ha publicado Andrés Neuman sobre la vida de María Moliner. Quedó postergada dieciocho puestos en el escalafón administrativo e inhabilitada para cargos públicos. Su marido perdió la cátedra universitaria y su hermano Enrique fue cesado como director del instituto Cossío de Haro. Los sublevados le quitaron el nombre al instituto y a Enrique le embargaron todos sus bienes, hasta la ropa de cama. Impusieron una retórica triunfal y una vida miserable. María aprendió, como cuenta la novela, que resistir era organizar el miedo, despegarse de la incomodidad de los recuerdos, buscar el refugio de la supervivencia diaria. El exilio interior.
En 1946 María se trasladó a su último destino profesional, la biblioteca de Escuela de Ingenieros de Madrid. Al cumplir los cincuenta años la invadió, como ella misma confesó, «la melancolía de las energías no aprovechadas». Empezó a escribir palabras sueltas y a notar cómo empezaban a brillar, a llenarse de significados. Soñó con un diccionario que fuera útil y no solo normativo, que escuchara la lengua viva, las palabras que se usaban. Y comenzó a acumular definiciones, sinónimos, expresiones, frases hechas, familias de palabras... A anotar y corregir fichas, miles y miles de fichas.
María trabajaba en la mesa de comedor que tenía que quitar y poner cada día, sin ocupar nunca el despacho de su marido, sin descuidar la crianza de sus cinco hijos. Su determinación le permitió superar todas las dificultades materiales sacrificando horas de sueño, vida social y espacio doméstico. Guardaba los fajos de fichas en cajas de cartón que empezaron a acumularse en los armarios, debajo de las camas, en el cajón de los calcetines, en la alacena de la cocina, a los pies de las puertas, hasta en el botiquín del cuarto de baño. El cálculo inicial de dos años de trabajo se multiplicó varias veces. Al final, después de un empeño colosal de dieciséis años, María entregó a la editorial un diccionario con 80.000 entradas, el doble de las que tenía el de la RAE.
La primera edición, publicada entre 1966 y 1967, fue un éxito rotundo. Los dos tomos y 3.000 páginas del María Moliner se convirtieron muy pronto en una referencia imprescindible para profesores, estudiantes, periodistas y escritores. Una mujer, desde su casa, al margen del mundo académico, le había dado la vuelta a la lengua de un país. Las reimpresiones del diccionario llegaron una tras otra. Y con ellas, en 1972, la candidatura de entrada en la RAE, el desafío al veto secular a la mujer. Lo perdió. La primera mujer que lo consiguió fue Carmen Conde, en 1979, cuatro años después de la muerte del dictador. Para entonces María era una anciana enferma, recluida en su casa, que regaba sus geranios y se alejaba de la comprensión del mundo y sus palabras. Falleció en 1981.
30 de marzo de 2025. Hoy es el cumpleaños de mi hija menor, nacida el mismo día que María Moliner. Cumple dieciocho años, la mayoría de edad. Si le regalo ahora el diccionario no creo que le haga mucha ilusión. Pero espero que cuando llegue el día que deseo muy lejano en el que se reúna con su hermana mayor para ver qué hacen con los libros de su padre conserven algunos de recuerdo. Y que uno de ellos sea el María Moliner. No sé cómo será el futuro, si sobrevivirán los libros de papel. Pero sé que harán falta las palabras del diccionario porque solo somos eso, unas cuantas palabras con sentido. Y si alguna vez les llega el desánimo, si flaquean las fuerzas, si se estrecha y aleja la esperanza, si la vida parece que se aplasta y se cierra alrededor, que se acuerden del tesón y el coraje de María Moliner.
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