Tribuna

De los moriscos a 43 millones de refugiados

Cerbantes está contando un drama humano desgarrador, la crónica de una canallada, un desatino, una medida inhumana de una crueldad extrema

Carlos Álvarez González

Autor de El Quijote de Valdeavellano, de próxima publicación

Miércoles, 19 de junio 2024, 22:07

«Bien sabes, ¡oh Sancho Panza, vecino y amigo mío!, como el pregón que Su Majestad mandó publicar contra los de mi nación puso terror y espanto en todos nosotros (…) fuimos castigados con la pena del destierro, (…). Doquiera que estamos lloramos por España, que, en ... fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural; en ninguna parte hallamos el acogimiento que nuestra desenvoltura desea, y en Berbería y en todas las partes de África donde esperábamos ser recibidos, acogidos y regalados, allí es donde más nos ofenden y maltratan. No hemos conocido el bien hasta que le hemos perdido».

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Con estas palabras expresa el morisco Ricote a su vecino y amigo Sancho, la extrema angustia con que están viviendo la expulsión de sus tierras.

«I. Primeramente, que todos los moriscos de este reino, hombres y mujeres, con sus hijos, dentro de tres días de cómo fuere publicado este bando en los lugares donde cada uno vive y tiene su casa, salgan de él y vayan a embarcarse (…).

II. Que cualquiera de los dichos moriscos que publicado este bando y cumplidos los tres días fuere hallado desmandado fuera de su propio lugar por caminos u otros lugares hasta que sea hecha la primera embarcación, pueda cualquier persona sin incurrir en pena alguna prenderle y desvalijarle, entregándole al Justicia del lugar más cercano y, si se defendiere, le puede matar (…).

Datis en el Real de Valencia a 22 días del mes de septiembre de 1609»

En estos términos tan diáfanos se expresaba el bando de expulsión de los moriscos del reino de Valencia. Luego se irían sucediendo los de Andalucía, Extremadura, Castilla o Aragón, en un proceso que se escalonó hasta 1614. Algo más de trescientas mil personas, casi el 4% de la población española, fue deportada.

Desde el poder se orquestó una campaña de propaganda política (Literatura apologética de la expulsión; Francisco Márquez Villanueva, 2009). Se editaron infinidad de poemas y letrillas laudatorias así como tratados, crónicas y otros textos no literarios. Sin embargo, la presencia del asunto en el teatro, género consumido de forma masiva por la población, fue inexistente (La expulsión de los moriscos en el teatro áureo: los ecos de un silencio; Felipe B. Pedraza Jiménez, 2010).

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De entre los escritores con renombre, habrá que esperar hasta 1624, que Lope publique la novelita La desdicha por la honra o a 1630, que publique Quevedo El chitón de las tarabillas, una crítica económica a la expulsión.

La única obra de ficción que aborda en caliente este acontecimiento histórico es el Quijote (1615). Cerbantes toca este asunto a lo largo de varios capítulos de su novela, con una trama elaborada, muy literaria, y a su manera: de forma algo confusa, ambivalente, imprecisa…

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El mismo Ricote, dice también: «(…) me parece que fue inspiración divina la que movió a Su Majestad a poner en efecto tan gallarda resolución (…) con justa razón fuimos castigados con la pena del destierro (…)». No habla un representante del poder sino alguien que está sufriendo en sus propias carnes el castigo. ¿No suena un poco hiperbólico?

Para mí que aquí Cerbantes les metió a la Inquisición y a la Casa Real un gol por toda la escuadra. Como al hacerles creer que escribió el Quijote para «poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías»: tú te quedas con la literalidad de lo que estoy diciendo que para la Historia queda la literaturidad de la historia que estoy contando.

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Porque la historia que Cerbantes está contando es un drama humano desgarrador, es la crónica de una canallada, un desatino, una medida inhumana de una crueldad extrema.

La imagen más conmovedora de esta historia que Cerbantes ficciona sobre un acontecimiento real que estaba ocurriendo, viene a continuación:

«–No quiero porfiar, Sancho –dijo Ricote–. Pero dime: ¿hallástete en nuestro lugar cuando se partió de él mi mujer, mi hija y mi cuñado?

– Sí hallé –respondió Sancho–, y sete decir que salió tu hija tan hermosa, que salieron a verla cuantos había en el pueblo y todos decían que era la más bella criatura del mundo. Iba llorando y abrazaba a todas sus amigas y conocidas y a cuantos llegaban a verla, y a todos pedía la encomendasen a Dios y a Nuestra Señora su madre; y esto, con tanto sentimiento, que a mí me hizo llorar, que no suelo ser muy llorón.»

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Hay una serie de imágenes icónicas que denuncian las consecuencias humanas de determinadas 'decisiones geopolíticas': el Guernica, el cuerpo de Phan Thi Kim Phuc, la mirada de Florence Owens… Esta otra imagen del rostro de Sancho, un cincuentón, rústico, poco dado a melindres, con una lágrima corriéndole por la mejilla barbada y en cuya pupila se refleja las siluetas de un grupo de vecinos suyos que están siendo deportados, puede tomarse también como una referencia icónica al drama de los refugiados.

En 2000, Naciones Unidas declaró el 20 de junio como Día Internacional del Refugiado. 15 millones de personas refugiadas había entonces en el planeta. Las mismas que en 2010. Eran ya 25 en 2020 y hoy son 43, a las que hay que sumar otros 74 millones de desplazadas forzosas dentro de las fronteras de su propio país. Fanatismo religioso, lucha por los recursos, nacionalismos excluyentes…, en el siglo XXI como en el XVII.

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