Parece que, por fin, el estilo trumpiano pierde fuelle frente a la tranquila, pero eficaz, política iniciada por Biden en estos casi treinta primeros días de mandato cuyo inicio fue tumultuoso; aún recordamos aquella masa republicana que, incluso armada, accedía sorprendentemente al Capitolio para impedirlo.
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Es buena noticia para el mundo occidental que la política, en la tierra del tío Sam, parece recobrar cauces racionales. La tan repetida frase de Barak Obama 'Yes we can' tiene ahora un nexo de continuidad con la que esgrime el entorno de Biden: «Es preciso actuar y hacerlo ahora», las líneas de acción que contiene recuerdan a aquella que pronunció Roosevelt en pleno crack de 1929: «La amplitud de la recuperación del país dependerá de nuestra capacidad para priorizar los valores sociales antes que las ganancias». Tranquiliza que el histrionismo antisolidario de la política trumpiana haya dado un giro hacia la tranquilidad y la ruptura con aquellas directrices, avistándose un mundo más allá de aquel cinismo reinante y la inoperancia pandémica.
En menos de cien días, y a pesar del equilibrio político sobre el que se apoya, los signos de Biden son alentadores, hasta ahora. La serenidad de su Gobierno cultiva la defensa de la democracia liberal sin inflamar las redes sociales con mensajes tendenciosos y de cuestionable gusto. Ha reivindicado su liderazgo en la defensa del clima protagonizando una cumbre internacional los días 22 y 23 de abril con cuarenta jefes de Estado, reimpulsando el acuerdo de París de 2015 y adoptando compromisos para reducir en torno al 50% las emisiones de CO2 hasta 2030, concitando a ello a otros países como Canadá, Corea del Sur o China. Ha hecho realidad una efectiva y decidida campaña de vacunación anti COVID en EE UU. La reactivación económica que impulsa es también alentadora, dedicando billones de dólares a la investigación, protección social, transición energética o los transportes, a la vez que ha aumentado los impuestos a los más ricos. Todo sin olvidar su reacercamiento a Europa. En suma, un liderazgo tranquilo y sereno que, a pesar de afrontar asuntos espinosos como la inmigración, ha aumentado el apoyo ciudadano hasta el 59%.
Su estilo discreto contrasta con la mala educación, provocación y desplantes con los que nuestros políticos dirigen los debates sobre el Estado y las elecciones en curso al Gobierno de Madrid. Cara y cruz de la moneda política. ¿Cómo podemos tolerar la mala educación de nuestros líderes?
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