Cuando el calendario electoral lo sacó de las granjas en las que llevaba semanas haciéndose fotos con vacas, ovejas y cochinos, Pablo Casado se encontró frente a frente no con Pedro Sánchez, como esperaba, sino con Santiago Abascal que venía de cosechar la 'siembra' (lema ... de Vox en Castilla y León). El PP ha ganado, eso sí, con el menor porcentaje de votos de su serie histórica en una tierra en la que gobierna hace 35 años. El presente con el que tiene que lidiar el PP se llama Vox. En Europa, los partidos conservadores, como el de Angela Merkel, reniegan de pactar con la ultraderecha xenófoba y antieuropea. El PP no teme pactar con Vox, ya lo ha hecho, sino el veredicto que hagan sus socios europeos de una alianza de gobierno.
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Si Casado y Mañueco están en la tesitura de «ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio», el resto de partidos viven sin vivir en ellos. Ciudadanos se ha hundido pero en la izquierda las cosas no están para bromas. Podemos, sin estructura territorial, prácticamente no existe. La tendencia a la desaparición en Castilla y León es inexorable. El PSOE, más asentado en el territorio, debe digerir su derrota no desde la resignación sino desde la autocrítica. En su retroceso hay razones tanto locales como nacionales, ignorarlas será un error.
Los magníficos resultados obtenidos por plataformas como Soria ¡Ya!, con más ilusión que medios, pero con mensajes cercanos, son motivo ineludible de reflexión. Estos movimientos que crecen en la España vaciada han florecido en el campo del abandono, la decepción y el olvido. El localismo, el provincialismo e incluso el regionalismo han aprendido de los nacionalismos periféricos y han elaborado su lista de reivindicaciones relegadas durante decenios. Si es un fenómeno pasajero o no dependerá de la inteligencia de los partidos tradicionales. La macropolítica y la macroeconomía importan pero lo micro, lo pequeño y lo cotidiano, también.
Vivimos en un clima de polarización política irrespirable desde el que se acuñan frases grandilocuentes que ocultan banalidades, dan espectáculo pero alejan a la política de las inquietudes ciudadanas. En ese campo de desencanto con los partidos tradicionales crecen los populismos que actúan como antisistemas, fomentan la antipolítica y alientan la desconfianza en la democracia de la que se sirven para deteriorarla. Hoy el PP, tras apostar en falso, se encuentra cara a cara consigo mismo. Vox salió del PP y es la parte extrema de sí mismo. Desde la foto de Colón, Casado ha jugado al amor-odio con la ultraderecha regresiva y envalentonada. Hoy PP y Vox son como las dos caras del dios Jano, todo fluye entre el error y el acierto y marca la incertidumbre de lo que vendrá. El papelón es tremendo y arriesgado jugar con fuego. Europa los mira a ambos, como muchos, con miedo.
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