¡Oh capitana, mi capitana!
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Está más que demostrado que somos mucho más propensos a exigir a los demás que a procurar por ellos. Elevamos la voz para reclamar lo que creemos nuestro, pero guardamos silencio para interceder por quienes son tratados como si no tuvieran derecho a tener derechos. ... Pedimos lo que no estamos dispuestos a dar y señalamos al diferente como si aceptarlo y respetarlo nos perjudicara. Lavamos nuestras propias miserias culpando a nuestros dirigentes de nuestros males sin autoexigirnos nada, porque tomando distancia con la verdad creemos que la ruindad no nos mancha. No hay día que no nos regale un asombro, una sorpresa, una maldad, una vileza, una crueldad. Son menos, aunque también existen, los días en los que nos llega un gesto de grandeza, una señal de esperanza.
Inés es una niña con necesidades especiales, tiene once años y solo quiere ser feliz, como todos. Inés también tiene anhelos, como todos. Este verano tuvo la ilusión de ir a un campamento. Sus padres la animaron para que se relacionara con otras personas y se soltara en la convivencia mientras aprendía inglés. Pero Inés lleva llorando toda la semana porque la han empujado a sentirse culpable de ser como es. Nada más llegó al campamento supo que no era bienvenida entre quienes le reprochan no ser una niña 'normal'. No la querían en su habitación porque, ya sea en la escuela o en el campamento, el dedo señala pronto al diferente como si cada uno pudiera elegir su propia naturaleza. Si no se educa en el respeto a la diversidad inmediatamente aflora la crueldad. Hay traumas de la infancia que persiguen toda la vida, por eso hay que tener más cuidado en dar rienda suelta a las lenguas viperinas que crean víctimas inocentes por la ausencia de educación, de respeto y de humanidad.
Las compañeras de Inés pidiendo echarla de su lado mostraron sus carencias educativas pero la reacción de sus padres y de la dirección del campamento es indignante por no saber decirles a esas niñas que todos somos iguales aunque seamos diferentes, que el afecto supera todas las barreras y nos hace crecer como personas. Cuánta miseria moral esconde su actitud. ¿Qué harán estos padres cuando ante una adversidad de sus hijas precisen de otros para superarla? Espero que no les paguen con igual moneda.
Junto a estas miserias, no por cotidianas menos importantes, se alza una actitud que mueve a la esperanza. Una capitana de 31 años, Carola Rackete al mando de una embarcación, la Sea-Watch 3, decidió, bajo su responsabilidad, levar anclas y entrar en el puerto de Lampedusa con 40 migrantes a bordo. El 12 de junio una ONG alemana rescató 53 personas en riesgo de naufragio frente a las aguas de Libia, 13 desembarcaron por razones médicas. La capitana, tras quince días de espera y con una situación a bordo desesperada, desafió las normas de Matteo Salvini. Lo hizo con tesón y a sabiendas del riesgo personal que corría. Carola fue recibida con aplausos e inmediatamente detenida. Un despropósito que pueda estar penado prestar ayuda humanitaria. Afortunadamente aún quedan resquicios de justicia en este mundo sin cabeza. La jueza de Agrigento, Alessandra Vella, ha rechazado el delito que se le imputaba por considerar que cumplió con un deber más importante: salvar vidas en el mar y llevarlas a puerto seguro según la legislación internacional. Otro reto suma la jueza al ultraderechista Salvini que ve cuestionadas sus normas contra la inmigración. Está que trina el vicepresidente italiano. Pletórico de ira decretó la expulsión de la capitana que también ha sido suspendida por la Fiscalía. Salvini sigue dando gritos y subiendo en las encuestas. Nada, pese a todo, oscurece la heroica acción. ¡Oh capitana! ¡Mi capitana!, exclamaría Walt Whitman, aunque esta vez, aun atracados en el puerto, nuestro espantoso viaje no ha terminado.
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