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Capitán, mi capitán

Capitán, mi capitán

Ojo de buey ·

Domingo, 26 de enero 2020, 12:10

Hubieran pasado hoy los chiripitifláuticos el corte del 'pin parental'? Aquella cuadrilla de destarifaos en blanco y negro, sobrinos del capitán Grant y nietos de la expedicionarios de Oz, todos singles, amigüitos, que le cantaban a la manzana de Newton -gracias a la cual « ... las cosas, si no, se caerían hacia arriba»-, o a las palabras esdrújulas y tenían poco menos que como himno grupal la canción de «El reino del revés»; reino en el que «un ladrón es vigilante y el otro juez». Algo que no le hubiera pasado la censura a ningún cantautor de la época (o lo hubiera costado una multa), pero como lo cantaban unos medioniños, pasaba. Una panda formada entorno a un núcleo duro integrado por una señorita bachillera y empoderada, un falso tirolés con sobrinos a miles, una especie de ferroviario al que se le movían los mofletes, se inclinaba sobre sí mismo y ordenaba, a cada paso, borrarlo todo y un explorador gafapasta con rango de Capitán. Tan. Más, en el siguiente círculo del elenco, unos hermanos más malos que la quina, un payasete como sacado de Godspell, un niño de color (Barullo, lo llamaban, creo), un capocómico con un león de peluche como mascota, y un jefe de circo empeñado en domar al león y darle mala vida al payasete. Y todo esta tropa dirigida por un argentino inmigrado, Óscar Banegas, que se inventó el concepto de lo chiripitifláutico; versión -seguramente- de lo supercalifragilísticoexpialidoso, idea de la anarquía e hilaridad domésticas con la que se llevaba apenas dos años. Una gente, tan chiripitifláutica, benditos sean, con la que nos merendábamos a diario y que sostenía, así, como máxima, que «La cabeza es una caja muy dura dentro de la cual hay un flan». Ese tipo de aparentes simplezas a lo Gloria Fuertes que esconden una verdad irrefutable, y que nos explican. No hay mejor representación gráfica de las contradicción en que vivimos los adultos de la tapa craneal para adentro que ésta de la caja y el flan. Estamos, habitualmente, como un flan, apenas protegidos por una cubierta frágil. Parecemos duros pero no. Pues entre los siete y los once años, esta pandilla tronada y un punto estrafalaria fue mi principal actividad extraescolar. Y la de otros muchos. Y así tal cual: sin pin, en abierto, sin tutela. Y mis padres no hicieron nunca preguntas al respecto. Son para mí, de hecho, como familia: el tío Aquiles, un abuelo; Valentina una tía; Locomotoro el primo más gracioso (y eso que tengo varios, con los que tengo un grupo que arde desde el viernes) y el Capitán Tan un pariente lejano. El Capitán nos dejó este jueves. Realizó el último de sus viajes a lo largo y ancho de este mundo, sobre cuyas dimensiones nos instruyó a los niños tempranamente cuando nos advertía que «la tierra es una pequeño suburbio de una galaxia». Esto ahora, tan de realismo sucio, digamos, con lo del pin famoso no sé si se va a poder ya contar. Pero vamos, que negarlo es pretender que las cosas se caigan hacia arriba. Y los murcianos deben ser conscientes. El Capitán Tan: tan Tartarín, tan Abbott y Costello en las minas del Rey Salmonete, tan Tintín en el Congo, tan Maldelman explorador, tan Donald perdido en los Andes, tan el Mochila de Los sobrinos (podía haber hecho suyo lo de «Tú dispón el equipaje/ y emprendamos el viaje/ esta noche por la tierra/ y mañana por la mar» que cantaba Mochila). El Capitán Tan -que en una anterior vida como Félix Casas había llegado a ser boy de revista- tenía un episodio completamente surrealista que a mí me encantaba. Era una aventura menos aventuresca pero más poética; a medias con el tío Aquiles: el Capitán Tan le cantaba a una vaca, a la vaca Paca. Antes que él no lo había hecho más que Buster Keaton, hacía años, en una película en la que su compañera de reparto era una vaca, que se llamaba Giorgina, según Rafael Alberti, que le escribió un poema titulado «Buster Keaton busca por el bosque a su novia, que es una verdadera vaca». El Capitán Tan, con una vaca de carne y hueso en el plató, agarrada por Aquiles, rondaba a Paca y celebraba su historia: la de una vaca con cencerro de lata que vivía en Aravaca; una vaca educada que no decía ni mú ni nada y que cuando se la llevaron de Aravaca, la abeja y la oveja y lo mejor de Aravaca fueron a pedirle al alcalde que les devolviera a Paca. De forma que Paca regresó a su pasto original. Y todo esto mientras, solos en el salón ante la subversión chiripitifláutica, nos metíamos unas rebanadas de Tulipán con nesquik espolvoreado por encima, o ¡de pan con vino y azúcar! que no se las saltaba un pin. Así que siempre a sus órdenes, mi Capitán. Tan. Estaremos atentos a la gravedad (la de la ley), que ahora sí que parece que puede enfermar, como se advertía en «La manzana de Newton».

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