A campo abierto

La nueva política tuvo el atino de imponer el discurso de un cambio de eje. El debate ya no iba de aquella cosa tan caduca y aburrida como derecha e izquierda, rojos y azules, capital y proletariado. Un puñado de crisis y toneladas de corrupción ... después, esa renovación de conceptos requería también marcas incontaminadas, líderes sin mochilas demasiado pesadas y que dieran bien en cámara. La dialéctica pasaba así a conversar con otro tipo de voces menos atipladas pero igualmente enfrentadas entre la casta y la calle, los nuevos y los de siempre, nosotros o todos los demás. Polarización en vena para mesías sin corbata. La dualidad que ahora irrumpe y amenaza con superar la previa que venció a la anterior es otra que no tiene tanto que ver con el estatus y la ideología como con la geografía. Habla de pueblo y ciudad, vacío versus lleno, pasado frente al futuro. Como se ha visto esta semana en la masiva manifestación del campo en Logroño, más allá de la urbe las trabas siguen pendientes de resolución. Los partidos de siempre no supieron, no saben, subsanarlas ni dar al campo la dignidad y rentabilidad que reclama, pero es que la nueva política lo ha dejado igualmente a la cola de sus prioridades. Para qué mancharse las manos con los problemas del agro cuando hay un carro de causas que dan más seguidores en instagram. Y si eso, mis abuelos nacieron en la sierra y me fotografío de camino al despacho con algún borrego. El fruto de esa desidia son las plataformas en torno a la España Vaciada que, a diferencia de las siglas que tanta regeneración vendían, no surgen como contraposición a nada, sino como la reivindicación de todo para el mundo rural. Porque el relevo generacional allí es una heroicidad, pero es que mantenerse para quienes llevan años asentados se está haciendo insostenible. La política ya no está en la moqueta sino en el renque, y quien lo siga ignorando sufrirá el desprecio de la tierra.