Iglesia de San Pedro de Lardero. D. M. A.

Las campanas de Lardero

IGLESIA ·

«¿Hay que silenciar las campanas por la noche? Se silencian. Pero igual los botellones, terrazas bullangueras, ladridos intempestivos...»

Domingo, 12 de febrero 2023, 01:00

Confieso sinceramente que siento una especial debilidad por Lardero y sus gentes. A Lardero he subido muchas veces, ya de seminarista joven, allá por los años 60, a dar catequesis. También he subido frecuentemente a honrar a los patronos (San Marcial y San Pedro), a ... echar una mano al párroco, a confirmar a los jóvenes (en un par de ocasiones) y ¿cómo no?, a jugar al frontón y hacer 'deporte de pala'.

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Todo lo que sucede en el pueblo me ha interesado e interesa: conozco a mucha gente de allí a la que trato con cariño, y mucha gente me conoce a mí.

Estos días, Lardero está en los medios porque, al parecer, una familia anda recogiendo firmas para que desaparezca –o al menos se atenúe– el ruido del tañido de las campanas por la noche. No me parece mal que los que se sientan perjudicados en su sueño y descanso soliciten el silencio.

En muchos de nuestros pueblos, no sé si en todos, el reloj de la torre es del Ayuntamiento, que corre con los gastos de su mantenimiento y funcionamiento. Así sucede, por ejemplo, en mi pueblo natal, Matute: el alguacil –o como se llame ahora– es quien le da cuerda y lo pone en orden.

Me da la impresión de que, en Lardero, como en mi pueblo y en otros muchos, hay gente a la que molestan los toques del reloj por la noche. Sin ir más lejos, cuando yo dormía en la casa de mis padres, en verano, me despertaba el reloj de la torre de la iglesia. A mi padre le daba igual porque estaba tan sordo como una tapia. A mi madre, sin embargo, le encantaba oír las horas, las medias y hasta los cuartos porque, decía, le ayudaban a sentirse viva, que le hacían compañía. En Lardero seguramente ocurrirá lo mismo. Mucha gente mayor pasará la noche en un duermevela, a veces solo por el hecho de ser mayores, otras por el reloj de marras.

Pero vamos a lo que vamos. Si las campanadas estorban, se pueden silenciar o reducir su sonido por la noche. Ahora bien, habrá que aplicar el mismo criterio a todo. No a esto sí y a lo otro no.

Les cuento una batallita que viví, para ejemplificar lo que quiero transmitir. Le digo 'batallita' porque el asunto acabó bien, como debe acabar toda buena anécdota que se precie.

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En las fiestas, sobre todo en las de Gracias en verano, el Ayuntamiento de mi pueblo se gastaba unas buenas perras en música de orquesta (no de disc jockey). La sesión de la noche comenzaba sobre la una, después de cenar. Yo asomaba el morro hacia la plaza y no veía más que a media docena de oyentes porque los jóvenes se habían largado a Nájera, a Santo Domingo o a Logroño, con mejor plan. Jóvenes veraneantes, ellos y ellas.

Un servidor, después de aguantar el chun chun buena parte de la noche, cuando ya al alba pescaba algún resquicio de sueño, se veía violentamente despertado por el sonar de los cohetes que anunciaban al mundo mundial, que mis amigos los jóvenes ya habían regresado dispuestos a echar la mañana con Morfeo, tras esa traca de fin de fiesta nocturna. «¡Ah sí! –me dije– ahora vais a saber lo que es gozar del mismo jarabe que he gozado yo».

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Me subí a la torre, cerré la puerta por dentro, y desde las 8.00 hasta las 12.30, que era la hora de misa, y cada cuarto de hora, di modestos conciertos estilo Don Camilo de Guareschi, con lo que nadie pudo pegar ojo. A la hora de comer, mis amigos, los chavales y chavalas del pueblo, vinieron a casa a pedirme cuentas de la faena. Siempre me he llevado muy bien con la gente de mi pueblo y con los jóvenes, más. Les he ayudado y comprendido en todo. Tras unas palabras, tanto ellos como yo aprendimos la lección: el undécimo mandamiento de la Ley de Dios es 'no molestar nunca'.

Termino esta reflexión que he querido hacer en tono simpático, pidiendo a las autoridades que, si hay que establecer normas sobre el ruido ambiental, estas sean sensatas y se cumplan siempre. ¿Hay que silenciar las campanas por la noche? Se silencian. Pero igual los botellones, las terrazas chillonas y bullangueras, el ladrido intempestivo de los perros, coches y motos con el tubo de escape trucado y la música a destiempo.

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Creo que tampoco vendría mal armarse de paciencia. No en vano, vivir es saber adaptarse a lo que no sale como uno quiere o tenía previsto. Mi buen amigo Antonio solía decir en el frontón: «Vamos a llevarnos bien, que es a lo que más se gana». Pues eso. ¡A llevarse bien!

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