Hemos vivido unas campanadas de fin de año atípicas, sin público en la Puerta del Sol. Una de las noticias más llamativas sobre el evento, aparte de los ya manidos comentarios sobre el vestido de Cristina Pedroche, ha sido el éxito de convocatoria del 'streamer' ... bilbaíno Ibai Llanos, que retransmitió las uvas por Twitch, la plataforma que está desbancando a YouTube, ante más de medio millón de personas, entre ellas el futuro ex-ministro Illa. Una cifra llamativa, un logro para el popular locutor de deportes electrónicos, cuya celebridad en internet se ha disparado. Sus dotes como 'influencer', esa palabreja sinónimo de demasiadas cosas y ninguna, son incuestionables, es un comunicador nato pero, analizando su emisión, que contó con el apoyo de sus propios patrocinadores, choca sobremanera comprobar que la puesta en escena del notorio acontecimiento, darle una patada al maldito 2020, fue tan casposa como en las cadenas generalistas de toda la vida. Mediatizado por la publicidad de 'sponsors', el show recordaba estéticamente a un programa nocturno de una televisión local de los noventa, muy lejos de la vanguardia audiovisual.

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Asusta comprobar que lo que funciona en la televisión de siempre lo hace también en la pantalla del ordenador, el móvil o la 'tablet'. No hay mucha diferencia. Se mimetizan patrones, no se rompen esquemas. Solo cambia el dispositivo, pero el contenido es el mismo. Unos desconectan de la vida con 'Sálvame', otros viendo cómo otras personas juegan a videojuegos o aprenden a maquillarse. Cotillear, vivir las vidas de otros, el salseo, es un formato que nunca morirá. No necesita renovarse. Resulta espeluznante pensar que estamos ante una nueva élite cultural, pero es el signo de los tiempos.

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