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Íñigo Errejón, que con su cara de yerno bueno se está convirtiendo en la estrella inédita de la precampaña electoral, todavía no nos ha dicho qué proyectos tiene para mejorar la vida de los españoles si llega a tocar el poder, a lo que lógicamente ... aspira. Hasta ahora lo único que ha anticipado a sus potenciales votantes es que sus diputados, si los consigue, que todo parece augurar que sí, no apoyarán a un Gobierno que cuente en su investidura con la abstención del PP o Ciudadanos. La promesa invita a cierta reflexión: ¿acaso las nuevas generaciones de políticos españoles no han aprendido todavía que en democracia hay que estar dispuesto siempre a hablar y a pactar, nunca a discriminar al adversario visceralmente? La actitud de Errejón no es nueva, ya la han mantenido otros partidos y otros líderes y por aquellos vetos y líneas rojas el país se encuentra como se encuentra: con una situación política absurda, una economía estancada y, tal vez lo peor, una sociedad desanimada, frustrada, desconcertada.
Es una pena que la incorporación de un nuevo líder, de quien se esperan otras propuestas, lo único que aporte de partida sea más de lo mismo; más de lo que ya ha fracasado. ¿Desde cuándo nuestros políticos creen que su trabajo es un juego circense, un campeonato de mus? ¿No deberían, todos ellos, y cada uno desde sus ideas, considerar que el primer objetivo del encargo profesional que reciben es ejemplarizar el entendimiento? Quien más quien menos ya está harto de peleas de taberna.
La campaña electoral que se anticipa responde sin duda a un funcionamiento correcto de la democracia ante las contingencias que puedan surgir, pero eso no implica que esta ocasión no sea un fracaso de todos. Lejos de encarrilar el futuro con una nueva Legislatura lo que ha conseguido es paralizarlo y complicarlo. Los políticos, que no tienen razones para sentirse orgullosos de su trabajo, tendrán ahora que esforzar a sus meninges a generar iniciativas interesantes que devuelvan a los votantes la confianza y la ilusión perdidas.
Y eso no es de prever que lo consigan con las mismas prácticas con que ya fracasaron en las negociaciones para la investidura. Los ciudadanos tienen problemas variados y lo que aspiran lógicamente es que los poderes públicos al frente de las instituciones se los resuelvan. Los votantes lo que quieren, y opino que en función de ello van a elegir, que se solucionen las deficiencias en la educación de sus hijos, las dificultades para conseguir un empleo y obtener una vivienda para formar una familia o disfrutar tranquilos de unas pensiones dignas.
Y todo sin olvidar del momento que atraviesa la situación internacional: desde el Brexit con sus repercusiones hasta la crisis económica que se anticipa, son asuntos que requieren que España tenga un Gobierno solvente para afrontarlos. Creo que somos muchos los que queremos escuchar propuestas razonadas, no retahílas de insultos e improperios que si algo consiguen es empañar la convivencia.
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