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La idea de celebrar un mitin en la plaza del Mercado revela que quien lo organizó conoce bastante bien el alma de Logroño. Aquí todo tiene un punto familiar, incluso la política. De manera que Inés Arrimadas disfrutó de un acto electoral de esa ... dimensión. Un mitin de bolsillo, familiar. Los asientos vacíos evidenciaban que Ciudadanos es un partido de esa misma estirpe contenida, como aquellas formaciones liberales del siglo XIX que casi tenían más dirigentes que seguidores. Para recibir a la gran esperanza naranja, bastaba un aforo apenas nutrido por ese puñado de candidatos recién proclamados, unos cuantos parientes (la familia, de nuevo) y ese ejemplar también muy logroñés que acude allá donde haya barullo. El que el otro día saludó a Pablo Casado, luego vitoreó a Pedro Sánchez y esta tarde le pedirá un selfie a Santiago Abascal.
Natural por lo tanto que en los prolegómenos misteriosamente engordados por la tardanza de Arrimadas (media hora de retraso) coincidieran estos queridos paisanos que siempre pasan por allí con quienes sólo pasan de vez en cuando. Con mayoría socialista. Empezando por Pablo Hermoso de Mendoza, que había quedado con Manuel Sáinz, quien a punto estuvo de tropezarse con José María de Miguel, paseante por Portales, quien se pisaba los pies con José Ignacio Pérez, camino del cine. La sobredosis de campaña sobre campaña, de abril a mayo, depara momentos tan curiosos como esa mayoritaria presencia de las gentes del PSOE mirando con los ojos muy abiertos hacia el centro de la plaza, corazón que fue del 15M, lo cual tal vez explicaba que entre los presentes hubiera alguna cara conocida de aquellos lejanos días de movilizaciones. Cuando no había campaña: sólo campanas. Las mismas que atronaron ayer mientras Pablo Baena procuraba alzar su voz para machacar con el concepto estrella de la jornada: la noción de igualdad.
Imposible. Tocaban desde el campanario las siete y media apagando las palabras de Baena y tocaron después para dar los cuartos cuando María Luisa Alonso retomó el hilo (igualdad, igualdad), a punto de naufragar víctima del estrépito que arreciaba desde La Redonda. Que cesó cuando Arrimadas se subió al atril, tomó sus fichas como esa buena opositora que se sabe la lección estupendamente y esquivó el amenazante toque de las ocho, que generaba cierto suspense entre la concurrencia, acelerando su discurso antes de detenerse en una palabra. ¿Cuál? Bingo. Igualdad.
Ciudadanos puso ayer un énfasis llamativo en este concepto, tal vez porque ese mensaje según el cual sólo el voto a sus siglas garantiza un equilibrado reparto de derechos y deberes en toda España, ignorando la intimidante deslealtad de los nacionalismos periféricos, acaba de encallar apenas a unos kilómetros de la plaza del Mercado. El pacto con el foralismo navarro emborrona esa estrategia, visto a los ojos de sus anfitriones. De ahí su machacona insistencia en prometer igualdad entre territorios: La Rioja podría dar el día 28 un escaño a Ciudadanos y esa veta de la equiparación merecía de Arrimadas el mismo empeño que puso para lanzar el otro mensaje central de su discurso: que su partido ha venido para cambiar gobiernos. También los regionales y locales. Aviso para la campaña que llegará después de esta campaña. Un propósito que exigirá algún entusiasmo superior al exhibido ayer por sus militantes. Un apoyo más masivo. Menos familiar.
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