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Llevo una camiseta con una imagen de la princesa Leia que pone «Don't mess with a princess». Con 50 años. Para matarme. En mi descargo diré que sólo me la pongo para estar en casa, que a estas edades provectas la única señora que ... puede lucir en público una camiseta con leyenda sin perder un ápice de dignidad es Chrissie Hynde. Las demás parecemos unas ridículas, como Marta López con la camiseta de AC/DC. Seguro que piensa que significa Antes del Coronavirus/Después del Coronavirus, que ella lo más heavy que ha escuchado en la vida es el flamenquito de Juan Peña. También es verdad que peor son los cincuentones con camisetas de Homer Simpson. O los bebés con camisetas de los Ramones. Hey! Ho! Let's go!
Una camiseta con mensaje tiene fecha de caducidad. La ves, te hace gracia, te la compras, te la pones y la llevas orgulloso como un pavo real, sintiendo que estás marcando la diferencia, subrayando tu identidad. Pero, de repente, te deja de molar, que lo que hoy es tendencia mañana es tontería, y ya no te la pones, y la dejas arrumbada al fondo del armario. Quince años después, buscando dos calcetines iguales, te la encuentras: una postal del pasado impresa en algodón cien por cien. Lo mismo sucederá con la camiseta de Fernando Simón: cuando te topes con ella haciendo el cambio de temporada, te golpeará en la nuca el recuerdo de estos tiempos extraños donde nos ha pasado de todo, hasta que una simple camiseta puede ser utilizada como arma arrojadiza. Empiezo a pensar que la única prenda que podemos llevar sin levantar suspicacias entre el repetable es una camiseta de Rocío Jurado que ponga «La más grande». Bueno, tampoco, que la liamos con los pantojistas. Si es que no hay forma humana.
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