He mostrado en infinidad de ocasiones mi querencia hacia la parroquia de Santiago, casa y hogar de la Patrona. La Virgen de la Esperanza tira mucho de mí. Allí, por otra parte y con gran normalidad, me topo con peregrinos de todo pelaje que pasan ... a la iglesia a rezar, a informarse de los albergues, a que les firmen la credencial o a lo que sea. Siento admiración –y envidia– por todos los que se lanzan a la maravillosa aventura del Camino.
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Recientemente, los obispos españoles y franceses por cuyas diócesis pasa el Camino de Santiago, llamado 'francés', redactaron un documento de índole pastoral y de ayuda al peregrino, titulado 'El Camino de Santiago: Búsqueda y encuentro'. En realidad se trata de una carta pastoral que desglosa en castellano y en francés –a partes iguales– los siguientes argumentos: 1.- El Camino, ayer y hoy. 2.-El Camino, experiencia personal. 3.- La Iglesia, comunidad en camino y 4.- El Camino de Santiago, dinamismo evangelizador.
Siendo sincero, y apreciando la utilidad que para el peregrino puede suponer este documento, yo me he fijado exclusivamente en un apartado del capítulo segundo que habla de la relación del Camino con el origen de nuestra Europa, de cómo el Camino desvela las raíces de Europa. Advierto a quien me lea de que no he sacado para nada de contexto este asunto de las raíces cristianas de Europa, ya que forma cuerpo aparte del documento.
Hace ya algunos años que en este espacio semanal manifesté mi decepción por el fracaso que supuso no sacar adelante la Constitución Europea. No porque a mí me quite el sueño ninguna constitución, que no es el caso. Me molestó que la presunta Constitución Europea omitiese, a toda costa y sin ningún escrúpulo histórico, toda referencia a las raíces cristianas de Europa, y esto ya de entrada en el Preámbulo. Sí, se decía, a las raíces de la Roma latina, sí a las raíces de la Grecia ateniense, sí a las raíces de la Revolución francesa. No, rotundo, a las raíces cristianas. Es de suponer que para los que idearon la Constitución, el cristianismo no influyó para nada en la identidad europea, ni en su cultura ni en su historia. ¿Esto es memoria histórica o memoria histérica? ¿Rigor histórico o sectarismo discriminatorio, y al más alto nivel?
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Volviendo al documento de los obispos españoles y franceses, y recordando lo que afirmaba ya en el siglo XVI el humanista inglés santo Tomás Moro, diré que «no hay peregrino que regrese a su casa sin tener una idea nueva o un prejuicio menos». ¿Por qué? Porque al caminar no hay nada más gratificante que la conversación amable con nuestros semejantes, sobre todo si vienen de tierras lejanas, manifiestan parejas aficiones y «muestran las mismas raíces» (textual del documento). Y continúa: «Ya en su largo caminar, al contemplar los monumentos que se alzan en la ruta, el caminante ha observado que la peregrinación compostelana ha articulado al continente europeo».
El Camino está sembrado de monumentos románicos, no de monumentos budistas, hindúes, pagodas, mezquitas. Por esta «arteria», así define el documento al Camino de Santiago, por esta arteria y a modo de torrente circulatorio fluyeron la ciencia, las artes, las leyendas, la historia. Más aún, las riadas de peregrinos que, movidos por los mismos valores y sentimientos religiosos, recorrían en la Edad Media el Camino hasta Compostela, «fueron tejiendo la unión de Europa».
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Y aún hay más: en el Camino de Santiago «Europa toma conciencia de sí misma». Bien sencillo: los peregrinos de todo tipo y pelaje, en el contacto inevitable de tantas jornadas, en la confraternización en los albergues, en la visita conjunta a los monumentos, aun viniendo de distintas naciones, se conocen mejor y se percatan de lo que tienen en común: en muchos, una misma fe y en todos, una misma cultura.
Aún recuerdo, porque yo estaba allí, a un peregrino muy singular, un polaco que había sufrido en sus carnes los horrores del nazismo y del comunismo, el hombre más internacional y con la mente más abierta que yo he conocido, el Papa Juan Pablo II, quien al despedirse de Santiago allá por los años 80, dijo lo siguiente con aquella energía que le hizo tan admirado y querido: «Desde Santiago te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes».
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Cuánto agradecí yo el hecho de que alguien tan famoso viniera a mi tierra desde muy lejos, Polonia, y les dijese a las gentes de mi pueblo y a los pueblos del resto de Europa, que –con defectos– nuestra historia es gloriosa y nuestra presencia (la de los españoles) en los demás continentes ha sido muy benéfica. Lo agradecí entonces y lo vuelvo a hacer ahora.
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