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Deseosa estoy de que llegue el día 5. De que Sus Majestades los Reyes Magos pisen estos lares. Otras ciudades han suspendido las cabalgatas de Melchor, Gaspar y Baltasar; Logroño, no. Las autoridades no parecen encontrar indicadores epidemiológicos que inviten a descartar este evento multitudinario. ... Como yo, dentro de mi desconocimiento, sí creo que es mejor evitar aglomeraciones, no estoy deseosa de que vengan porque vaya a ir a recibirles, no, no, qué va, nada de multitudes. Y tampoco viene mi interés en su llegada por comprobar si he recibido los regalos. Eso... en fin...
En realidad, mi interés no se centra este año en los Magos de Oriente. Sino en sus camellos.
Leí días atrás que un concurso de belleza para camellos en Arabia Saudí se ha visto salpicado por un escándalo. Decenas de estos animales fueron descalificados tras descubrirse que se les había inyectado bótox. En concreto, a 43 camellos. El festival del rey Abdelaziz, una cita anual arraigada en la tradición beduina que acoge a ganaderos procedentes de todo el Golfo, repartía hasta 66 millones de dólares para los camellos más agraciados.
Así que mi único interés se centra en intentar adivinar si los camellos de Melchor, Gaspar y Baltasar presentan algún rasgo distintivo de haber sido sometidos (someter: humillar, subyugar, define la RAE) a algún retoque estético. Para comprobar en persona hasta dónde llega la imbecilidad de esta sociedad (oriental, occidental, qué más da) que, definitivamente, ha perdido el oremus.
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