Por mucho que se diera por hecho desde hace meses, el cese confirmado ahora de Sara Alba al frente de Salud va más allá del enésimo movimiento de piezas en el Gobierno de Concha Andreu. La pérdida de confianza esgrimida para su destitución es solo ... el eufemismo que verbaliza la mala y cada vez más enquistada relación entre la presidenta y quien ha sido su mano derecha durante buena parte de la legislatura, llegando incluso a situarla como portavoz del Ejecutivo. Y todo ello, mientras lidiaba a la vez con la pandemia y su complicada gestión a la que tampoco ha ayudado precisamente las tormentas internas desatadas en el PSOE. Si nunca se presumen oportunos relevos de este calado en aras a la estabilidad, el que afecta a una de las consejerías angulares en cualquier Ejecutivo resulta más delicado aún. Al COVID que sigue sin dar tregua y elevando la presión asistencial en La Rioja se suman retos mayúsculos, como la reforma en profundidad que demanda Atención Primaria o el prolijo proceso de integración de la Fundación Hospital de Calahorra en el SERIS. Ni las razones ni las formas que envuelven la salida de Alba pueden opacar desafíos de tal envergadura, ni el Gobierno cejar en su labor.

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