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No fue abuso, fue violación. La sentencia del Tribunal Supremo sobre en el caso de los violadores de La Manada ha sido como el aire fresco de la mañana que ventila el alma y despeja la inteligencia. Habiendo una víctima tratando de superar la terrible ... y repugnante agresión sufrida no podemos excedernos en la satisfacción aunque tampoco hemos de ocultarla. Es evidente que la condena no va a aliviar el dolor a la joven agredida pero, a buen seguro, la habrá reconfortado.
José Ángel Prenda, Alfonso Jesús Cabezuelo (soldado), Ángel Boza, Jesús Escudero han sido condenados a 15 años de prisión y Antonio Manuel Guerrero (guardia civil) suma hasta 17 años por el robo del móvil, una vileza más para impedir que la víctima pudiera pedir auxilio. El incremento de las penas es importante pero el reconocimiento de la infamia lo es mucho más. Desde el sentido común la inmensa mayoría de los hombres y mujeres de este país lo tuvimos claro y por eso nos echamos a las calles. De la lectura de los hechos probados en la injusta sentencia inicial del tribunal navarro se deducía que allí no había habido una juerga. Si humillante fue para la joven de 18 años esa sentencia mucho más lo fue el voto particular de uno de los jueces que vio en los hechos una especie de orgía consentida y promovida por la víctima. Mezquina fue también la actitud, amplificada por algunos medios y por las redes sociales, de quienes, despreciando el dolor de la víctima, decidieron difundir todo tipo de maledicencias contra ella y su dignidad como persona. Confío que a partir de ahora enmudezcan para siempre y se pudran en su mezquindad.
El Tribunal Supremo reconoce que hubo un «auténtico escenario intimidatorio» en torno a una víctima que quedó desarmada psicológica y físicamente ante unos tipos que habían salido de caza. El sometimiento de la joven se produjo, según el Supremo, «ante la angustia e intenso agobio que la situación le produjo por el lugar recóndito, angosto y sin salida en el que fue introducida a la fuerza (...) lo que fue aprovechado por ellos para realizar los actos contra la libertad de aquella, al menos diez agresiones sexuales con penetraciones simultáneas bucales, vaginales y anales». ¡Qué salvajada!
La sentencia crea jurisprudencia, es un gran paso y no vamos retroceder. Las mujeres llevamos desde la eternidad ocupando el espacio del silencio. Es cuando nuestra voz se alza, individual y colectivamente, cuando surgen las voces ancestrales de quienes nos quieren amordazadas, sumisas y complacientes. La historia es dura, sobre todo, porque no existe para las mujeres. Desaparecidas del espacio público e ignoradas como objetos en el espacio privado nadie ha hablado de las humillaciones, violaciones y vejaciones sufridas en el silencio de los siglos o en el estruendo de las victorias cuando las mujeres eran y siguen siendo, un botín de guerra. Hemos carecido de derechos, por tanto, de libertad y tras conseguirlos no vamos a guardar silencio ante quienes añoran volver al tiempo en el que hasta un hijo, por ejemplo Telémaco, enviaba a su madre, Penélope, a guardar silencio y ocuparse de la rueca y el telar.
Ahora ya no nos pueden callar. La esperanza nace de nuestra voz contando esa verdad ignorada y eso es lo que algunos no soportan. Así le ocurre a un tal Serrano, portavoz de VOX en Andalucía, que considera la sentencia «un torpedo directo contra la heterosexualidad» y que «la relación más segura entre un hombre y una mujer sea (será) únicamente a través de la prostitución». Este tipo de personas no solo me inspiran desprecio sino también una inmensa pena, demuestran su incapacidad para mantener una relación afectiva en pie de igualdad, con lo hermoso que es saber hacerlo. Este parlamentario de VOX, exultante prototipo de macho ibérico, ante las críticas recibidas ha sido incapaz de soportar la presión y ha tenido que pedir una baja médica. Ya ven, piden a las mujeres entereza mientras cinco energúmenos disfrutan violándolas y él no puede soportar una crítica cargada de verdad. Tomen nota él y los que lo aplauden: no nos callarán.
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