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Calentarse no en el sentido de intercambio de trompadas, aunque también sirva para mitigar el frío. Me refiero a conseguir cierto confort térmico en un interior cuando fuera hace rasca. En la película de Tarantino 'Los odiosos ocho', la gélida tormenta de nieve es el ... noveno personaje. Me hace gracia cuando el mexicano Bob (Demian Bichir) tiene que salir de la Mercería de Minnie, la posta de la diligencia donde están refugiados. Cuando vuelve de la intemperie y consigue que le abran la puerta, cuya cerradura está estropeada y cada vez que la usan tienen que desclavar y clavar tablas (un buen gag), ha pasado tanto frío fuera, está tan aterido, que descuelga una piel de búfalo que adorna la pared y cubierto con ella se tumba tan cerca del fuego de la chimenea que parece que va a prenderse en llamas.
Como es sabido, el ahorro energético y los precios del gas, el gasóleo y la electricidad van a deparar un invierno con poca calefacción o poniéndola con cuentagotas. Va a quedar en el recuerdo el tiempo en el que estábamos en casa en camiseta mientras por la calle circulaban los pingüinos. En el hotel de Moscú en el que me alojaron la última vez, la calefacción central, acorde con el extremismo ruso, estaba regulada tan alta y sin posibilidad de apagar los radiadores que a ratos tenía que abrir la ventana para que entraran los diez grados bajo cero del exterior y disminuyeran mi sofoquina.
Con las restricciones volveremos a los usos domésticos de mi infancia: toda la familia congregada frente a la televisión en la sala, viendo 'Un, dos, tres, responda otra vez', con unánimes batas de grosor como de piel de paquidermo y zapatillas cerradas de felpa y por supuesto a cuadros. El único radiador no evitaba que se viera el vaho del aliento. Teníamos que parecer los personajes de una versión pobre de 'La conjura de los boyardos'.
Para abaratar las facturas también se puede recurrir al calor animal. Recuerdo que la casita de Naveda, escueta aldea cercana a Reinosa (Cantabria), donde fuimos de estudiantes para unos días de jolgorio, no tenía ni chimenea y estaba tan mal construida que el rotundo frío campurriano entraba por las múltiples rendijas. Cada noche sorteábamos a ver a quién le tocaba meter a 'Black', el corpulento perro bóxer de los hermanos Vázquez, en su cama. Gané el primer sorteo y el manso animal daba más calor que una manta eléctrica. Además, apenas se movía, aunque eso sí, roncaba. Era curioso despertarse por la mañana con 'Black' al lado mirándote fijamente con sus grandes ojos apacibles. Te daba los buenos días con una lengüetada larga que te lavaba la cara.
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