Calamares

Vivimos en un zoco ruidoso y salvaje, y el periodista, apostado tras su tenderete del mercadillo, quiere llamar la atención del gentío y pone en el mostrador historias maravillosas. Claro, te cuentan esa clase de cosas que parecen el guion de una película y luego en la redacción las teclas funcionan solas como la escoba de Mickey Mouse en 'Fantasía'. Quedan unas crónicas deliciosas, radiantes y conmovedoras que a la semana hay que destruir porque son pura basura.

La verdadera noticia es que esta vieja profesión ha vuelto a meter la pata aunque eso no parece importar mucho en este tiempo de embustes universales. Lo hemos visto con el cuento de Juana Rivas, con el «bulo del culo» o con Paco Sanz, aquel Mortadelo valenciano de los dos mil tumores. Siempre es el mismo esquema: una telenovela turca de las cuatro de la tarde con sus calculadas dosis de sufrimiento y superación; almíbar emocional y sentimentalismo de Ali Express. Lo malo no es que un enajenado le cuele a la prensa un fraude, sino que nos lo intentan hacer cada día en las ruedas de prensa. A mí la historia más fantasiosa que me han contado me la soltó una vez una ministra de Vivienda a la que entrevisté; los sofás eran comodísimos y había una luz tenue y anaranjada, era como estar en una sesión de cuentacuentos de los que se organizaban en el Café de La Luna.

Decía Borges que cada palabra es una mentira, y eso, aunque es una paradoja, es totalmente verdad.