El Producto Interior Bruto cayó el 5,2% en el primer trimestre del año. La segunda quincena de marzo en confinamiento fue suficiente para hundir la economía española. Un descalabro sin precedentes desde que nuestro país comenzó a desarrollarse dos décadas después de la Guerra ... Civil. Ni la crisis de los setenta del siglo pasado, ni la primera recesión que sobrevino a la debacle financiera de 2008, condujeron a una situación así. El desplome de la actividad económica en un entorno internacional retraído por la pandemia hace que la bajada del consumo doméstico, de las exportaciones y en especial del turismo pronostique un segundo trimestre aún más aciago. La parada en seco provocada por el COVID-19 ha cogido además a las instituciones públicas, el sector financiero y las compañías tractoras de la economía sin planes alternativos a las expectativas de crecimiento en que se movían. El incremento del gasto público en todas las administraciones solo podrá paliar los efectos sociales del coronavirus; pero es más difícil que asegure la solvencia de miles de empresas pequeñas y medianas que se encuentran en dificultades extremas, y la pronta recuperación de los empleos que se van perdiendo con la pandemia. La continuidad de los ERTE mientras dure el confinamiento representa una medida necesaria. Pero en sí misma no constituye garantía para la pervivencia de las empresas que se acojan a la fórmula y la de su empleo actual. Los límites que presenta el erario español a la hora de atajar tan brusca y voluminosa caída del PIB, y la presumible dilación de las ayudas que brinde la Unión Europea, obligan a pensar en que el decrecimiento continúe durante los próximos meses para remontar, en el mejor de los casos, tras el verano. Siempre en la esperanza de que no se produzcan rebrotes del coronavirus, y que el sistema sanitario y las pautas de protección minimicen el eventual embate de una segunda onda epidémica entre otoño e invierno. Los pronósticos del Banco de España, del FMI y de la OCDE, apuntando escenarios que duplicarían el desplome del primer trimestre y una tasa de desempleo superior al 20%, serán imposibles de corregir alegando que se trata de «una crisis temporal» y no media una reacción unitaria en el ámbito político. Del mismo modo que la «nueva normalidad» sugiere un futuro inmediato en el que cambien los hábitos personales y las relaciones sociales, deberá dar cauce también a una transformación del modelo de crecimiento.
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