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Críos, crías, mocetes y damitas andan de cabeza, equilibristas este año de la vuelta a clase, acocorotaos por todo lo divertido y agobiante que les espera. El salteador rey del mambo impone mascarillas, hidrogeles y casi ignorar la pandilla. Abren las escuelas, puertas al mundo, ... vuelven al camino que se hace al andar, salida de una carrera de obstáculos. Entre temer y soñar, persisten padres con pálpitos tradicionales, inasequibles al desaliento: «La criatura va ser alguien, ya verás, tiene una cabeza...»
Tener cabeza lleva incluido el adjetivo calificativo más elogioso. La historia está encabezada, descabezada, de cabezas, cabezones, cabezotas, cabezazos... Por poner un ejemplo, un cabezudo muy cabezón fue el músico Sibelius, que trataba de tú a las testuces del universo: «Es como si Dios hubiera arrojado un mosaico desde el pavimento del cielo y me hubiera pedido que lo recompusiera». Estallido de macroestima que le avaló cornear al remitente: «¿y por qué no lo has hecho tú, qué pasa, que en ese negociado no hay control de calidad? ¿Es que no tenéis cabeza? Pues, te vas a enterar». Excedió en sus composiciones las dimensiones previstas y compuso todo lo que cabía en su Finlandia, listo para exportar.
Asombra el prodigio de las mentes que hacen música del ruido, extraen de la barahúnda de sus neuronas melodías, ritmos, doman la vibración del aire, acumulan alucinaciones auditivas, por voluntad o por una orden sin posible rechazo. Otras ollas a presión que explotan en pociones y cacharritos mágicos ha parido a miles la tierra, en el arte, en la enseñanza, en la religión, en los tiquismiquis. Del rojo, el azul y el amarillo de su hipotálamo un listillo sacó Las Meninas. Otro, de un cisco de triángulos cerebelosos, un teorema. Otro, un batallón de pirámides. Qué cabezas. Qué envidia da quien recibe en su tarro una señal, una orden. Elegidos, les ha tocado el ajetreo de ser y crear el patrimonio de la humanidad. Quizá uno o muchos de los enanos que hoy franquean la entrada a la cueva custodian en su sesera el hechizo innovador.
Ocurre que además de arte y consuelo, la vida es una máquina tragaperras. Y en un país que va a la bancarrota unos cuantos cocos ricos, ricos, ricos, de esos que cuando se suenan llenan el moquero de billetes, van a crear la melona bancaria perfecta, la que no suelta ni un céntimo de todo lo que arrampló en la anterior crisis, la de leyenda, ya olvidada (lo olvidao, ni agradecido ni pagao). Si cuela la jugada, el santo de la izquierda y sus apóstoles deberán cortarse la coleta y el resto de adminículos que sustentan sus bríos.
Hay días en que la tierra es cuadrada, se tropieza con las esquinas y se destrozan los cascos. Entre fiebres y deudas, si hay suerte, al chocar contra el fondo del pozo nadie sabrá de dónde venía. Cabezas perdidas.
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