¿Cabe la esperanza con la que está cayendo?
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Esta pregunta me hacía yo ayer ante la preciosa imagen de la Virgen de la Esperanza, momentos antes de que comenzara la misa solemne propia de la fiesta, en la iglesia de Santiago. Una pregunta, por otra parte, que se hacen miles de logroñeses, cientos ... de familias de mi ciudad de Logroño, bien sea porque hay un enfermo de COVID al que no se puede ir a ver y menos acompañar; bien sea porque el cabeza de familia está en paro y con muy pocas expectativas de salir de él; bien sea porque el recibo de la luz, y el precio del pan, de la leche y de la fruta, ya no les permite ni siquiera lo más básico, o porque el abuelo o la abuela ya no pueden echar una mano por la mísera pensión que cobran.
Yo vivo ahora en un piso octavo que me permite contemplar los tejados de buena parte del casco antiguo de la ciudad. Y me imagino las ilusiones truncadas que habrá debajo de ellos. Y procuro unirme con mi oración, mi afecto y mi preocupación a todos/as los/as que viven ahí. ¿Cabe esperanza alguna para toda esa gente? Y me respondo que sí. Contra toda esperanza, sigue habiendo esperanza. Y no porque lo digan los políticos, ni tampoco porque lo diga yo. La hay, y punto.
Hoy casi nadie habla de la esperanza. Las palabras modernas usadas en su lugar son «progreso» o «salvar al mundo para la democracia», «justicia social» o erradicación «científica» del sufrimiento y del mal. La base para la secularización de la virtud de la esperanza es ya muy vieja y muy rancia.
Hace muy poco tiempo el papa Benedicto XVI brindó al mundo un escrito importante sobre la esperanza. En él apuntaba que esa virtud teológica es precisamente la virtud que tiene que ver más directamente con la filosofía moderna, cuya principal pretensión es que puede producir un «humanismo» mejor. Considerándola en su propia denominación el papa demuestra sistemáticamente que sin Dios es imposible –verdaderamente imposible– dar a los hombres y mujeres actuales cualquier esperanza seria y duradera. Solamente así se explica aquella sinceridad de san Agustín al proclamar a los cuatros vientos su intimidad: «Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti».
¡Este es el secreto de la esperanza! Dar con él es dar con la verdadera sabiduría y no está al alcance de todos. Solamente de aquellos que buscan a Dios de verdad.
Hay una iniciativa –la verdad, que no sé si muy conocida– que ha partido de los scouts de Austria que, con la colaboración de otros scouts de diferentes países, reparten 'la Luz de la Paz', encendida cada año por un niño austríaco en la cueva del Nacimiento de Jesús en Belén. La distribución de la Luz de la Paz a todos los países participantes se realiza desde Viena. Desde esta ciudad, y unos días antes de Navidad y del Concierto de Año Nuevo, se reparte la Luz a todas las delegaciones asistentes para que la hagan llegar a sus respectivos países con un mensaje de paz, amor y esperanza. En España, la Luz se repartió el pasado domingo en Santiago de Compostela, la ciudad gallega que este año celebra su 120 Año Santo, hecho que la convierte en la capital espiritual del mundo y principal lugar de peregrinación cristiana. Y hoy, a las 18 horas se entregará a todos los riojanos en el Seminario Diocesano de Logroño.
Finalmente, esa Luz, los scouts, la distribuyen por las parroquias, hogares particulares, hospitales, residencias de mayores. También en prisiones y otras asociaciones de pueblos que así lo deseen.
¿Qué se pretende con esta bonita iniciativa? Rendir un particular homenaje al Niño que va a nacer y que será la Luz del mundo. Tal vez hoy nos cuesta mucho trabajo encontrarnos con esa luz que Cristo nos ofrece.
Quizá la incertidumbre por la situación mundial que estamos viviendo en este momento o tal vez el egoísmo, la apatía o la indiferencia. Nos da igual casi todo, o todo. Él viene en Navidad y quiere ser esa Luz que nos guía y nos indica el camino, para no perdernos en una existencia a menudo mediocre o vacía y sin sentido. Vamos a aprovechar estos días navideños para que las personas que nos rodean gocen también de esa Luz, que es Cristo. La Virgen de la Esperanza que nos lo muestra desde su regazo nos echará una mano: «¡Salve! Esperanza de los mortales. ¡Salve! Patrona de la ciudad, así te aclaman los logroñeses, enamorados de tu bondad».
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