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El otro día leía a un sesudo columnista habitualmente bien plantao (de ésos a los que hay que leer con tiempo y un café, que suelen ser los buenos) decir que esto de la nueva normalidad no le gustaba. Que tras el ropaje de las ... medidas sanitarias veía un queseyó de autoritarismo y, tal vez, hasta intenciones dictatoriales de abuso del poder.
No quiero recordar quién era, porque, en fin sería injusto. Y si lo recuerdo es porque en estos días me voy encontrando con una corriente de opinión que sigue ese arroyo. Básicamente, lo que viene a decirse tras esos velos es que puesto que no me gusta el gobierno que dice que las cosas han de ser así, y como esas cosas además me son molestas, pues me voy a pasar las recomendaciones por donde amargan los pepinos.
No se piensen que me extraña esa tendencia. Somos muy dados a buscarle justificaciones ideológicas a nuestras querencias más inconfesables, y aún más dados a ver en el disidente una maldad consanguínea que le imposibilita a tener razón en nada. Porque ya se sabe, es tonto y además perverso.
Y no sé si será eso o simple irresponsabilidad, pero he de confesar que veo un pelín asustado la deriva de nuestras calles. No voy a ser yo quien diga que nos hace falta un buen susto, porque con esto del COVID los sustos cuestan vidas. Pero salgan ustedes un día, preferentemente cuando la tarde nochea, y busquen mascarillas. Y busquen metro y medio de distancia. Y busquen la sensación de que algo pasa. Busquen.
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