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El lenguaje ha sido otro de los damnificados por la pandemia. A su propia escala, claro. El impacto del virus sobre el léxico no tiene efectos tan dramáticos como en los humanos, pero algunas palabras ya sufren secuelas en su significado tradicional. Por ejemplo, burbuja. ... Desgastados los eufemismos para renombrar la realidad como si sirviera de vacuna para enmascararla, en la segunda oleada se recetan conceptos más fáciles de pronunciar y hasta reconocibles para facilitar su digestión. Usted tiene que enviar a sus hijos al colegio y le recorre por el espinazo el lógico temor a que puedan contagiarse. Sin embargo, le garantizan que el mocete va a permanecer dentro de una burbuja y se queda más tranquilo. El pulso se atempera y le invade una cálida sensación de bienestar, en la creencia de que las horas que pase en el aula va estar aislado como un astronauta en su recia escafandra. Se lo imagina en una cápsula, blindado, inmune a cualquier contacto. Supone al crío confinado en una cuadrícula, incluso flotando en una propia pompa amniótica que jamás choca con las otras dentro de la que fluyen sus compañeros. Al llegar la hora de recogerlo comprueba que, efectivamente, no presenta un solo síntoma. Antes de comer van al parque para hacer tiempo, igual que el resto de los chavales y allí corren, chocan, se abrazan, tosen, caen, lloran, ríen, beben agua de la misma botella, se tiran juntos por el tobogán, chupan un columpio. Vuelve a casa, abre el diccionario y busca la definición real de alguna otra palabra. Por ejemplo, 'no fiestas'.
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