Mi buque
Entre él y yo existe una relación. No soy amiga del Guggenheim, soy su amante
elena moreno scheredre
Viernes, 21 de octubre 2022, 00:33
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elena moreno scheredre
Viernes, 21 de octubre 2022, 00:33
Recuerdo con nitidez el armazón de hierros que se bamboleaba en los astilleros de mi niñez. Lo vi crecer a toda velocidad con su aparente y presagiante desorden arquitectónico. Su silueta, en el horizonte de los atardeceres bilbaínos, era una provocación que enmudecía a los ... que sospechábamos que la belleza puede reconvertirlo todo.
No había por aquel entonces muchos ciudadanos en la villa que supieran quién era Frank Gehry, a quien dedico estas líneas, ni que existía la Fundación Guggenheim. En aquel año de 1993 el paro rondaba el 27%, la conflictividad laboral era insoportable y desde luego el terrorismo nos hacía arrastrar los pies, evitar las miradas a los ojos resultando imposible soñar.
Desde la Universidad de Deusto, me parecía un coloso, lo miraba intuyendo, no la magnitud de su belleza, pero sí que aquel morador no era un cualquiera. Llegó el momento de ponerle piel al amasijo de hierros y el maestro eligió el titanio, un material del que apenas sabíamos que era muy caro. Y se le fue colocando esa epidermis que se broncea con el sol, que parece plata vieja cuando se encapota la ciudad, que es una joya cuando el sol viene a verlo. 33.000 planchas para vestir a la niña de los ojos de aquel Bilbao que no conseguía quitarse la roña del pasado ni a tiros. Hasta la mismísima ría, por aquel entonces un cordón de agua achocolatada y opaca, se abrillantó como una novia para hacerse espejo del que iba ser su eterno compañero.
Se me cierra el pecho cuando hablo de mi buque y siento algo parecido a cuando por primera vez entré en la Galería de Florencia sin saber que tras el recodo de una curva aparecería el David para arrasarme de emoción. Entre este buque y yo existe una relación que hoy tengo la oportunidad de hacer pública; no soy amiga del museo, soy su amante. Si. Y cuando paseo por el Campo Volantín él y yo nos miramos cómplices y satisfechos de que nuestro secreto esté tapado por la cola de turistas.
Peggy Guggenheim, la visionaria mecenas, Dios la tenga en su gloria, buscó en el arte lo que sin duda le faltaba, tras la muerte de su padre en el 'Titanic'. Ella fundó su museo en una de las orillas del Gran Canal de Venecia y desde alguno de los paraísos a los que mandamos a los muertos estará maravillada de este buque que nunca se irá a pique y que nos sacó a flote con la potente grúa de su belleza. Tanto alboroto con los héroes inmortalizados en las estatuas o los nombres de las calles y ni una cosa ni otra tienen Peggy o mi venerado Frank Gehry en esta ciudad cuyo pasado se ablandó un octubre de hace veinticinco años.
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