BUFFET LIBRE

Habíamos quedado, García, en que el Parlamento no debería ser un lugar al que uno acuda en sus ratos libres. Conforme. Lo que no se concibe entonces es que el oficio de diputado se vaya a convertir en un trabajo a la carta, una especie de buffet libre en el que cada parlamentario pueda diseñar a su gusto su propia relación laboral con la Cámara: habrá quien no tenga nada mejor a lo que agarrarse y decida convertirse en diputado a tiempo completo y quien gane más dinerito en otro sitio y opte por seguir yendo solo «en sus ratos libres».

Ah, pero... ¿No era acaso esto lo que queríamos evitar? Si un Parlamento decide «profesionalizarse» debería hacerlo sin trampas, todos a una. Y si a un diputado no le compensa trabajar con plena dedicación, tendría que dimitir y dejar el escaño a otro que no se disponga a ocuparlo «en sus ratos libres». Lo contrario no es ninguna «profesionalización», sino una treta más o menos disimulada para pagarle un dinerito extra al pobre diputado (o diputada) al que no le haya salido un trabajillo mejor.

Si defendemos la profesionalización, García, hagámoslo de verdad. Y con un corolario lógico: si los parlamentarios por fin van a ponerse a trabajar en serio, deberían prescindir de todos esos asesores que hoy pululan por el Parlamento y cuya labor, tan onerosa para las arcas públicas, habrá dejado felizmente de ser necesaria.