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Aquí me tienen, de vuelta de vacaciones de mi pueblo de Granada y, como de costumbre, con dos o tres historias en la recámara. Como hace tanto calor hoy traigo algo ligerito, que no me da la cabeza para criticar la situación política del país. ... Aunque razones no me faltan, como la subida del recibo de la luz o el retraso en las citas con el médico de cabecera.
La primera anécdota me sucedió en la pescadería. Saludé a Antonia, la mujer que me atiende siempre con gran amabilidad; resulta que la pillaba por los pelos porque ese día se iba de vacaciones, aunque se había tenido que quedar algo más de lo previsto porque su jefe no encontraba a nadie que la pudiera sustituir. No es la primera vez que tenemos esta conversación y tampoco la primera vez que yo me resisto a creer eso de que hay trabajo pero que los parados prefieren cobrar el subsidio de desempleo o vivir de las ayudas. Lo cierto es que la pescadera argumentó que el sueldo no estaba mal (1.200 euros) y que se trabaja cinco días a la semana. Añadió, eso sí, que son más de ocho horas pero que en este oficio es preciso madrugar porque hay que montar y desmontar el puesto. Al cabo de quince días volví a por unos mejillones y comprobé que, tal como Antonia había vaticinado, no se había contratado a nadie y se habían apañado distribuyendo la faena entre todos los empleados. La dependienta me pidió disculpas por todo el tiempo que esperé para unos tristes mejillones.
La segunda anécdota fue en la caja de ahorros, en concreto en Bankia que ahora es CaixaBank. En una oficina completamente vacía, una desesperada bancaria hacia frente a una fila interminable de clientes. Cuando llegó mi turno y le comenté que si es que se habían ido los compañeros a desayunar a la vez, me aclaró que unos estaban de vacaciones y a otros los habían echado por el tema de la fusión. Eso sí, como eran más de las once de la mañana, ya no podía hacer las gestiones pertinentes en la ventanilla.
Con semejante ánimo me fui a la carnicería y el contraste me sorprendió gratamente, ya que había cuatro personas detrás del mostrador para mi sola. A pesar de ello fui atendida por el dueño, un joven agradable y experto que me vendió unos chuletones fantásticos. Mientras los preparaba me quejé de las filas en los dos establecimientos anteriores. Me explicó que él tenía once personas empleadas, que no paraban ni un momento y que el negocio iba fenomenal. Y enseguida empezó a entrar público y todos eran despachados con eficacia y rapidez.
No pude evitarlo y le pregunté si era difícil encontrar personal; me contestó que no, que incluso tenía varios candidatos para cubrir bajas y vacaciones.
Como ven son historias sin importancia y sin relieve pero que demuestran que si las condiciones de trabajo son justas siempre hay gente disponible. Y es que, dicho sea de paso, ya lo apuntaban en el Poema de Mío Cid: «Qué buen vasallo si tuviera buen señor».
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