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Ostras, las ocho. ¡Chicos, los aplausos! Otro día más abrimos la ventana. Parece que lo hemos hecho toda la vida. Es como el día de la marmota. O quizás no. Puede que sea solo mi estado de ánimo, pero los aplausos me parecen diferentes. Me ... da la sensación de que en la atmósfera aumenta el desánimo general de manera inversamente proporcional al descenso del número de cervezas de mi nevera. 'Resistiré' suena como desganada, los aplausos ya no son tan enérgicos, las caras de algunos vecinos reflejan cansancio y aburrimiento... Y no es extraño, nuestro buen rollito tiene un límite. Somos humanos y, al miedo a que nos afecte esta enfermedad desconocida o a que muera un familiar, se une la incertidumbre que nos provocan los nuevos datos que se van conociendo del virus. Además, nos enfadan y entristecen algunas decisiones incomprensibles del Gobierno, la actitud de la oposición, la difusión de 'fakes', los especuladores y los que se saltan el confinamiento, sin olvidar la preocupación por el trabajo y por el curso escolar. Y es que no somos héroes, pero cada día tenemos que resistir con una sonrisa, al menos hasta que se acuesten los niños.
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