Pues mira por dónde que, gracias a las trumpideces del nuevo inquilino de la Casa Blanca, por fin se va a hacer realidad el viejo ... sueño húmedo de nuestra izquierda irreductible y ochentuda. Será verdad eso de que Dios escribe recto con renglones torcidos. A nuestros antiimperialistas de guardia habrá que pedirles que por un momento relajen su habitual rictus avinagrado, y si definitivamente se le echa el cierre a la OTAN ya estarán tardando en desfilar al son de jocosas coplillas: «Americanos, os despedimos con alegría, olé el salero y olé tu tía». Aunque yo creo que ni con esas se cura la aversión estadounidense de buena parte de la inteligencia zurda europea. Resulta apenas distinguible de aquel Frente Popular de Judea de 'La vida de Brian': «Porque, ¿qué han hecho los romanos por nosotros?». Quizás librarnos de las consecuencias catastróficas de dos guerras mundiales que habíamos organizado en un periquete autodestructivo. Quizás reconstruir una Europa devastada y conducirla a su más prolongado periodo de paz y prosperidad. No debemos ser conscientes de lo ridículos que sonamos cuando menospreciamos con tanta soltura a un país del que emana la práctica totalidad del imaginario popular moderno. Somos iguales, somos los mismos, solo que un poco más cansados y cínicos.
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Con sus muchas sombras y algunas luces, la OTAN era nuestro primo de Zumosol, el paraguas que nos permitía dedicarnos a los asuntos nobles que tanto nos gustan, qué sé yo, legislar sobre los tapones en los tetrabricks, ese avance sin igual para la Humanidad. Y ahora no nos queda otra que enfrentarnos a ese hito fatal de toda vida: al final los Reyes siempre son los papis, y la realidad es esa tía chunga que nos acaba convirtiendo en lo que más odiábamos, adultos responsables. Al inicio de la invasión de Ucrania decía Cándida Belarrita que el asunto se podía parar mediante la diplomacia de precisión quirúrgica. Qué mona ella. ¿Cómo se lleva a cabo la precisión quirúrgica con un exdirigente de la KGB? ¿Invitándole a rondas de vodka y Polonio 210? Queridos niños, voy a contaros algo sobre el Derecho Internacional y en general los Derechos Humanos. Es de Jünger, aparece en su novela La emboscadura, y deberían abstenerse de seguir leyendo las almas sensibles: «Los períodos de calma favorecen las ilusiones ópticas. Se supone que la inviolabilidad del domicilio se basa en la Constitución. Cuando, en realidad, se basa en el padre de familia que aparece en la puerta de casa, acompañado de sus hijos y empuñando un hacha en la mano». Andan por ahí sueltos unos cuantos monstruos a los que, muy a nuestro pesar, impresionan más las hachas preventivas que el 'Imagine' de Lennon. Podemos encarar los tiempos oscuros que se avecinan tras una pancarta del tipo «gastos militares para birras en los bares», o podemos sentar cabeza de una vez por todas y reclamar centralidad y acuerdos de Estado entre los dos grandes partidos. Se acabó la fiesta, pero esta vez en serio, y ojalá sirva para clausurar a perpetuidad el chiquipark de la política nacional.
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