Hay ríos de lágrimas. Y hay en los desvanes de la memoria un río cuyos saltos y cabriolas cantan canciones locales, y aunque es verdad, en sentencia heraclitiana, que nunca nos bañaremos dos veces en el mismo cauce, inevitablemente llega ese día en que precisamos ... remontar su curso para beber de la fuente primigenia de donde brota el agua clara de la infancia perdida. Es este un país con alma de cabila ardiente y mesetaria, y hasta el más mísero regato de aguas turbias e intermitentes nos llena de júbilo, y nos retrotrae a un pasado de meriendas veraniegas, de cangrejeras y pozas legendarias donde se bañan las náyades, de agostos tórridos en los que los adolescentes ensayan besos primerizos con sabor a savia mentolada de juncos y cañaverales y los mayores sueñan siestas interminables bajo el conjuro de la brisa en las choperas.
Publicidad
Yo, que a falta de avistar aves de riberas llevaba todos los pájaros del mundo en la cabeza, crecí con el vano orgullo herido de sentirme provinciano hasta en lo tocante al río, y nunca entendí por qué habíamos hecho del Ebro arrabal y confín, territorio fronterizo de vagamundos, zíngaros y amores furtivos. Europa eran sus ciudades entretejidas de ríos caudalosos y puentes que los cruzaban. Europa era deambular bajo el Pont Neuf entre buquinistas, filósofos pesimistas y dobles de Jean Seberg que habían leído todo Cortázar. Era Jep Gambardella adornado con la frivolidad melancólica prendida de la solapa a la orilla del Tíber. Y en Logroño todo lo que teníamos era un Ebro profiláctico, encauzado y doméstico, un río inofensivo y bajo en calorías. Pero no es ese el lugar de donde venimos. Siempre hay que escuchar la letanía que repiten las aguas. Mi abuela hacía la colada en los lavaderos del Ebro Chiquito. La generación de mi madre se dejó tostar púdicamente por un sol desarrollista y minifaldero en la Guillerma. Hubo amores fraguados en el suave cabeceo de las barcas del Pasti y, cuando Michelín era solo un hinchable gordo de gasolinera, cenas de porrones y tarteras alumbradas por la vasta noche estrellada del estío en el chiringuito de Juanito el Manco. Hoy Juanito llora de impotencia en un cielo repleto a manos llenas de carpas y cangrejos colorados. De tan ricos que éramos, y no lo sabíamos, hasta playa tuvimos con piscinas en este poblachón de la España reseca, somnolienta y periférica.
Pero de todo eso nos avergonzamos, y decidimos vivir de espaldas al Ebro, cuando un río es algo difícil de ignorar, un río siempre vuelve cuando se siente solo y olvidado. Hoy el río llora y llora lágrimas que van a dar en la mar, y no hay consuelo posible en este drama lorquiano, porque él, como un monstruo triste, solo buscaba en la juventud radiante de Javier un compañero de juegos. Hoy lloran su pena infinita los sauces de la ribera, las hadas irisadas que se esconden en los remolinos, los viejos siluros que murmuran en el légamo, porque Javier duerme el largo sueño de esta eterna primavera.
¡Oferta 136 Aniversario!
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.