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Yo conocí las mieles del éxito en la política y el funcionamiento de sus siniestras cloacas a la tierna edad de diecisiete años. Tocaba elegir ... delegado de clase en COU y, por razones varias, yo era el perfecto hombre de consenso capaz de aglutinar los intereses de las distintas facciones. Cursé el bachillerato a distancia, quiero decir, que lo cursé a los diez metros de distancia que separaban las aulas del bar de enfrente, razón por la cual los golferas del grupo veían en mí al aliado natural en su lucha contra el parte de faltas. Por otra parte, aquellos más moderados, partidarios de la toma de apuntes y la obediencia a las instituciones, a la vista de mis calificaciones inmaculadas me suponían una garantía segura de la defensa de la ley y el orden. Carlistas y cristinos. Liberales contra conservadores. Las dos Españas reunidas en torno a una figura fronteriza y transversal. Mal que bien nos fuimos apañando, es verdad que gestionados por los fontaneros del Estado que operaban desde distantes territorios extranjeros, que hasta en eso fuimos unos adelantados. Vamos, que el parte de absentismo mensual se cocinaba en las cafeterías de los alrededores. Lo cuento ahora que mis posibles faltas han prescrito, y no en vano me he pasado los siguientes treinta y tantos años con síndrome de jarrón chino, intentando ofertarme como coach de liderazgo o verificador de conflictos internacionales a causa de mi perenne alergia al trabajo (¿o es que ya nos hemos olvidado de aquel difuso Galindo, ese señor salvadoreño que iba a mediar entre España y Cataluña?) En cualquier caso, eso que hicimos un puñado de adolescentes descerebrados en aquel COU se llama pactar, llegar a acuerdos sobre intereses comunes, en suma, política. Exactamente lo que ni hacen ni parecen interesados en hacer nuestros actuales representantes parlamentarios. Lo vimos con el asunto de las pensiones, y lo volveremos a ver cuando se tramite la reducción de la jornada laboral. Yolanda Díaz, nuestra ministra histórica por excelencia, se ha apuntado a las tesis revolucionarias del gran Luis Aguilé («es una lata el trabajar»), pero semejante hito sin parangón se nos va a ir al limbo en cuanto saque su látigo a pasear Miriam Nogueras, esa dominatrix del Maresme. De buscar los votos del PP ni hablamos, porque lo importante aquí es enardecer a la hinchada local y arrojar perjudicados a la cara del rival. Por el mismo camino irán las políticas de vivienda y todo aquello que sirva para montar la gresca. Tanto giro de guion y tanta riña de patio de colegio resultan ya cansinos y pueriles, y algunos añoramos esos tiempos en los que la vida adulta era previsible y aburrida. Los ministros tenían el sentido de Estado tan prematuro como la alopecia, la crisis de la mediana edad se solucionaba echando una canita al aire y no corriendo el maratón de Nueva York, y por mayo era por mayo cuando hace la calor y el Madrid vuelve a ganar la Champions. Cero sorpresas. Ya sentaréis cabeza y echaréis de menos la socialdemocracia y el bipartidismo.

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