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La planificación del curso de los meses es un verdadero asco. A ese edificante pensamiento he consagrado cada madrugón de esta bendita semana. Porque ¿a quién se le ocurre comenzar el año de este modo avieso, a bote pronto y cuesta arriba? Con doce largos ... meses por delante, ¿de verdad enero era la mejor elección? Imaginen una carrera ciclista que diera el pistoletazo de salida en las rampas iniciales del Tourmalet; la gente corriente, los que tenemos alma de globero, vamos a las primeras de cambio con la lengua fuera y conformando el pelotón de los torpes. Enero nos condena a debatirnos en la vida entre el farolillo rojo y el coche escoba. Aunque a veces soñemos con ese golpe de rabia y fortuna que nos permita hacer un Bahamontes: el éxito no es la asequible vulgaridad de llegar primero, es el recochineo de preferir bajarse de la bicicleta para saborear un helado en la cima del puerto. O sea, que a mí esta semana lo que me pide el cuerpo es demarrar hasta mayo y esperar al personal sentado en una terraza tostándome al sol y bebiendo gintonics.

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