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Si Delacroix fuera de Logroño, cosa no del todo descartable, y montara su caballete en avenida de Portugal uno de estos días, de seguro que subiría a la Libertad a lomos de una hermosa bicicleta holandesa de paseo. Para guiar al pueblo, eso sí, sin ... dramatismos y en perfecto orden a través de carriles convenientemente balizados, que es lo bueno de estas modernas revoluciones verdes y socialdemócratas, diseñadas por nerds cinematográficos que se ensimisman en la pantalla de su Mac y ejecutadas por operarios municipales en horario de ocho a tres. Antes una revolución te dejaba la ciudad hecha unos zorros y ahora es el perfecto reclamo para instagramers de fin de semana. Volviendo a la Marianne de Delacroix, y por aquello casi precursor de las tetas republicanas al aire, no descartemos una repentina profusión en nuestras calles de Evas Amarales sobre dos ruedas, para soponcio y petición de sales de esa derechona rancia que parece haberse quedado en la convicción de que lo verde empieza en los Pirineos. En el análisis de los recientes resultados electorales no se ha insistido lo suficiente en la desconexión entre esos think tanks que siguen regurgitando discurso al más puro y apolillado estilo remordimiento, y unas bases jóvenes que ejemplifican en infinitos tardeos por toda la piel de toro que están más por el lerele que por el Santiago y cierra España. No volverán las mayorías hasta que no se imponga esa derecha cachonda que tiene más de libertina que de liberal.
Visto lo visto será que las bicicletas son el nuevo caballo de Troya con el que los Soros, Gates y compañía pretenden instaurar la nueva Era de Acuario. Para regocijo del columnismo progre, hay una caverna que sigue pensando que el votante natural de la derecha es el hombre Varón Dandy. Ese señoro que aparca en doble fila su diésel bronquítico y mostrenco cada vez que quiere meterse entre pecho y espalda un sol y sombra en su antediluviano bar habitual. Y ya de paso da unos cuantos pases de pecho a algún novillo. O descerraja unos perdigonazos a las perdices. Incluso le sobra tiempo para arreglar el mundo con una política castrense de garrotazo y tentetieso. Porque nunca se sabe, se empieza sustituyendo utilitarios por bicicletas y se acaba por impartir talleres de manejo del manubrio a los parvulitos. O peor aún, comiendo quinoa.
Dada nuestra abigarrada tendencia al esperpento, necesitamos una derecha cartesiana, higiénica y consecuente. En apenas dos meses hemos pasado del yernismo bajo en calorías de Borja Sémper anunciándonos la buena nueva de un Verano Azul, a un Mad Max apocalíptico en el que las bicicletas forman parte del contubernio judeomasónico. Cuando resulta que gracias a Antonio Mercero descubrimos que por fin había llegado el ansiado verano de las bicicletas que tardamos cuarenta años en disfrutar. Pancho y Javi simbolizaban el abrazo reconciliador de las dos Españas. Lástima que ya no tengamos un Chanquete para ponerlo al timón de este barco a la deriva.
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