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Últimamente se está fijando con éxito la idea de que el tercer lunes de enero constituye el día más triste del año, lo que se conoce como 'Blue Monday', y me imagino que no tardaremos en ver cómo la fecha se convierte en una ordalía ... de grandes descuentos en orfidales y antidepresivos, con los grandes almacenes convenciéndonos desde las marquesinas de que el negro es el nuevo rosa. Resulta que esta onomástica de la tristeza nos la facturan unos señores de Birminghan que no han visto el sol desde un breve intervalo del 96, que consideran aceptable el porridge como alimento o alicatan sus cuartos de baño con moquetas que son un vergel de vida en miniatura. Si alguien llama vacaciones a una semana apocalíptica en Magaluf, es que sus trescientos sesenta y cinco días del año son la misma mierda irremisible. Solo en Logroño tenemos una respuesta con exactitud milimétrica para ese infausto momento. No hay nada más triste que ese domingo de septiembre en el que los sanmateos tocan a su fin. Mañana. Mañana es Mordor, la madre de todas las resacas, las trompetas del Juicio Final como el zumbido irritante del despertador marcando el retorno al trabajo, a las aulas, a la vuelta opresiva a nuestra vida habitual de currelas y don nadies.
Nuestro error garrafal es que hemos hecho del pobre septiembre el único mes en que nos da un ataque de cordura y de repente nos entran las prisas por convertirnos en ese ser modélico y respetable que el Pepito Grillo de nuestra conciencia se obstina en vendernos. Matrículas de zumba y pilates, el enésimo retorno a las clases de inglés, una dieta por fin milagrosa. Diremos adiós al tabaco, a la noche, a esas cañas después del trabajo, seremos proactivos y resilientes, pondremos al mal tiempo buena cara y llegaremos a junio transmutados en entes beatíficos de luz y de color. Como recordaba Jabois en El País hace poco, a los que hemos sido gutistas estas cosas nos cogen ya muy escarmentados. Fueron muchos arranques de temporada en los que pensamos que esta vez sí, que ese era el año en que por fin la saeta con mechas de Torrejón taparía todas las bocas y el universo futbolístico se rendiría a sus pies. Guti, balón de oro; Guti, el astro deslumbrante sobre el que pivotaría la galaxia. Y llegaba junio, y de nuevo Guti había sido sublime a cuentagotas, en otro curso de silbidos y tardes de campos embarrados en los que hay que dejarse el pincel en el vestuario para tirar de brocha gorda.
Pero, créanme, solo las cigarras que han hecho acopio de instantes felices sobreviven al largo invierno. Concédanse mañana una tregua, y a partir de la próxima semana salgan todo lo que puedan, pongan al sabelotodo de Pepito Grillo en modo avión y desbarren. La vida es un festín interminable y solo cabe sentarse a su mesa aplicando la norma que aprendieron de pequeños en casa: cómanselo todo. Ojalá por San Bernabé hayan dejado dos o tres taconazos para la leyenda.
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