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Cómo andará el mundo que cada vez que nos hablan de buenos sentimientos, uno se tienta la cartera para ver si sigue en su sitio. Se narra en los anales el caso de Vespasiano, al que se le atribuye la máxima pecunia non olet, esto ... es, que la panoja es inodora como suscribirían nuestros actuales politicastros apandadores o uno de esos tiburones de las finanzas de los que piensan que sin chanchullos no hay paraíso (fiscal). Este emperador impuso una tasa que gravaba la orina vertida en las letrinas públicas y, recriminado por quienes lo consideraban un exceso recaudatorio, les dio a oler una moneda para ver si sus delicadas pituitarias se ofendían.
Viene esto al caso porque los nuevos Vespasianos de Bruselas han dictaminado que el personal no está pagando de forma íntegra la factura de la recogida de basuras, como si los gastos de un ayuntamiento se sufragasen con maná llovido del cielo, y vamos a sufrir una subida de tasas por encima incluso del ciento por ciento. O sea, que el paseíto para tirar las sobras, estirar las piernas y si acaso echarse un piti nos va a salir a millón. El peatonaje nos ha salido obstinado y guarrindón, porque no se conciencia, y con la excusa de la archivirtuosa agenda 2030 nos van a colar de nuevo el trile neoliberal: quien lo usa, lo paga, solo que teñido de verde ecofriendly.
Uno con estas cosas del progreso anda muy perplejo y confundido. Pensaba que el estado del bienestar era esa organización social que se financia a través de impuestos progresivos, o sea, paga más el que más tiene, y es gracias a estos recursos como provee de servicios básicos al conjunto de la ciudadanía, incluidas las rentas más bajas. Pero somos unos manirrotos, dicen, y ya tuvieron a bien informarnos del coste de la atención médica, para que supiéramos lo que vale un peine, o un catéter. Cualquier día quien no acredite una estricta regla de tofu y pilates va a tener que cambiar al médico de cabecera por un primo que hizo un cursillo en la Cruz Roja.
En resumen, que ahora bajo el sacrosanto mantra del cambio climático pagaremos el doble por un servicio que ya apoquinábamos por medio de múltiples vías. Quizás gracias a alguna charla inspiradora con el consejero europeo del ramo de Tony Soprano, ese honorable empresario de la gestión de residuos en New Jersey, amén de capo de una de las familias mafiosas más sanguinarias de la ficción televisiva. Y no seré yo quien pretenda sugerir la existencia de una Cosa Nostra en el negocio climático.
Al final, parece que en estas cosas del advenimiento de la era de Acuario al que le toca rascarse el bolsillo es siempre al pobre currela, que para colmo se lleva todas las regañinas porque consume mal, come mal, piensa mal, mancha y afea. Al nivel de los famosos pedos de vaca. Porque la vida huele. Lo que no huele es la asepsia del despacho oficial, el plástico de la visa oro, el kevlar con el que se blindan la jeta nuestros sátrapas contemporáneos.
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