Isabella Rossellini, que no en vano algo debía de saber sobre el tema, por sí misma y por su condición de hija de Ingrid Bergman, dejó dicho que la belleza está en aquello que nos hace únicos, singulares y originales. A ella, por ejemplo, le ... inspiraban la risa carnal de la Magnani, las cejas feroces de Frida Kahlo o las uñas descuidadas de la inolvidable Audry Hepburn. No hay verdadera belleza sin un toque de imperfección. Vivimos tiempos, sin embargo, en los que quizás por la omnipresente tiranía de las redes sociales todo rasgo que nos individualiza en nuestra fascinante condición irrepetible se percibe como una perniciosa disidencia. Somos cascarrabias, somos perezosos y reacios a todo tipo de tortura deportiva autoimpuesta, no damos cada día los diez mil pasos recomendados por la OMS, tenemos los triglicéridos por las nubes y demasiado a menudo no afrontamos la adversidad cotidiana con ánimo optimista y emprendedor. Y a pesar de todo esto seguimos siendo un maravilloso milagro, imperfecto, caótico, y muchas veces desesperante, y, precisamente por lo mismo, con un inagotable poder de seducción. Piénsenlo cada vez que la persona que tienen al lado se levante con el pie torcido, con bolsas en los ojos o con un aliento insecticida. Últimamente se está hablando mucho sobre la creciente capacidad de Chat GPT para sostener conversaciones indistinguibles de lo humano, y las diversas plataformas están inundadas de imágenes generadas por la IA. Busquen en las fotografías de esos delicuescentes modelos ese indefinible mohín en aquellos labios que en su día les arrebató todo resto de cordura. No esperen que la Alexia de turno les enrede una noche en los intrincados laberintos del deseo, la incertidumbre y la imaginación en llamas. Pretendemos mantenernos a salvo en un mundo plastificado, que no duela, que no nos contradiga ni confronte, y, como la princesa del cuento, hemos decretado que en el encastillamiento de nuestra soledad ensimismada no habrá de entrar nunca nadie que tenga corazón. Como el personaje de Joaquin Phoenix en Her, preferimos a una Scarlett Johansson virtual, impávida frente a nuestras pintas zarrapastrosas o los amigotes liantes, intercambiable a golpe de clic. Qué otra cosa sino suponen los actuales cortejos a golpe de scroll en la pantalla del móvil. Hay algo en el algoritmo que da mucho miedo, y que retrotrae a purgas del peor pasado, como un púlpito desde el que se llama error a lo distinto. Las madrugadas exultantes de los veinte años o la primera vez que vimos salir el sol ebrios de felicidad, el súbito torbellino de la pasión o ese verano que tuvo su playa, su canción y su color de ojos, lo mejor de nuestras vidas fue inasible y doloroso en su belleza indomable y fugaz. Hoy, que tan extendida se ha vuelto la costumbre de los brackets para lograr una dentadura instagrameable, imaginen lo que hubiera hecho el ortodoncista con las paletas de Jane Birkin. Las maravillosas paletas irregulares, heterodoxas y sublimes de Jane Birkin.
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